lunes, 19 de agosto de 2013

EXPRIMIENDO JULIO: Segunda parte

El viaje
Recién llegados a Barcelona de Pamplona, nos tocaba emprender otro viaje. Llegamos el lunes por la tarde, y no nos podíamos quedar dormidos en los laureles, teníamos que preparar cosas. El martes teníamos que preparar la maleta y todo lo que nos quisiéramos llevar, ya que el miércoles día 10 salía nuestro vuelo hacia Menorca.
El miércoles me despedí de Kenzie y la llevé a casa de mis padres. Nos daba mucha pena no llevarla, pero…creíamos que era lo mejor para ella. A ella le encanta la playa, pero para disfrutar de ella, no para estar con el arnés sin poder bañarse y hacer la croqueta. Así que, entre que era un sitio que no conocíamos...Preferimos dejarla en casa de mis padres, que estaría bien cuidada y seguro que no pasaría tanto calor.
Con la maleta a punto, mochilas y energía cargadas, nos fuimos al metro para dirigirnos al centro. En Plaza Catalunya cogimos el Aerobus: un bus que te lleva directo al aeropuerto, de una manera cómoda y rápida. Creo que, hicimos bien en cogerlo, mejor que el tren. Llegamos bien de tiempo. De todas maneras, nos quedaba facturar la maleta. Cuando ví la cola que había para facturar casi me da algo. En todos los mostradores de Vueling, compañía con la que viajábamos, había gente esperando. Pensé que llegaría la hora de embarcar y aún estaríamos allí. Aunque ya se sabe quien espera, desespera, y eso es lo que me pasaba. Respiré mucho más tranquila una vez ya habíamos facturado. Incluso, nos sobró algo de tiempo. No mucho, pero al  menos, no teníamos que ir corriendo por los pasillos del aeropuerto. Pasamos los controles, e incluso, tuvimos que esperar a que abriesen la puerta de embarque. Los aviones de hoy día son como autobuses, ya que salen unos, y en el mismo avión, del cual acababan de bajar, nos subimos.
Cuando teníamos que subir al avión nos fijamos que  nuestros asientos  no eran correlativos. Nos tendríamos que  sentar en asientos separados. De todas maneras, tal y como nos dijo la azafata, lo podíamos intentar. Así  lo hice, hasta que alguien reclamó su asiento, y tuve que ir al asiento que me habían asignado.  Es muy raro viajar sin nadie que conozcas al lado,  parecía que viajase sola. Bueno, a ver, que estaba en la fila de delante. Además,  afortunadamente, el viaje  no es muy largo. Así que fue cerrar los  ojos, abrirlos, y estar aterrizando.

Nuestra llegada a Menorca
Una vez aterrizados fuimos a buscar la maleta. Con la maleta recogida fuimos a la oficina del renting, para alquilar el coche que habíamos reservado. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que el coche que habíamos reservado no estaba. Habíamos reservado un Seat, y nos dijeron que no tenían que no trabajaban con esa marca, entonces…¿para que ponen esa marca en la página web? Vale, sí, ponía Seat o similar, pero que pongan marcas con las que trabajen. Bueno, al final, nos tocó un Corsa.  Nos tocaba saber cómo funcionaba antes de sacarlo del parking del aeropuerto. Una vez con el coche, el GPS puesto, fuimos a buscar el apartamento. Estaba en la otra punta de la isla, ya que el aeropuerto está en Maón y nuestro apartamento estaba cerca de Ciudadela. De punta a punta.

El apartamento
Nuestro apartamento estaba situado en Ciudadela, en una urbanización llamada “Los Delfines”.  Cuando encontramos Cabo de baños, sitio donde estaba el apartamento y de ahí que llevase ese nombre, nos dirigimos a la recepción. Estaba cerrada. Ahí me entraron todos los males, entre el calor, el hambre, llegar y ver que no es que no hubiera nadie en la recepción, sino que estaba cerrada, me temí lo peor.  Afortunadamente, Carlos no se dejó llevar por los nervios y recordó que esos apartamentos, pertenecían a un complejo llamado “Los lentiscos”. Cargados, sudados y cansados fuimos caminando hacia ese complejo de apartamentos. Ese lugar era inmenso, y sí que había alguien en la recepción, la cual sin ninguna explicación- como si ya lo supiéramos, cuando no había ni un cartel, ni ninguna información- nos dio las llaves, la clave del wifi y nos dijo que podíamos hacer uso del mega complejo.
Con ganas de ver qué habitación nos había tocado, fuimos a nuestro hogar vacacional por unos días.  Abrimos y estaba bastante oscuro, fue descorrer la cortina e iluminarse una sonrisa. Teníamos terraza con vistas estupendas.  
Vistas desde el apartamento
Vistas desde el apartamento

Puesta de Sol desde el apartamento
Pero, aparte, estaba muy bien equipado: cocina, nevera grande, comedor, sofá, televisión, baño con jacuzzi, habitación con camas. Lo mejor la terraza con su mesa de plástico y sus sillas que nos dejaba ver el mar, y la piscina con la que contaba el recinto. Además, habíamos elegido ese sitio, porque al estar al oeste de la isla podríamos contemplar la puesta de Sol. ¡Qué vistas más privilegiadas!
Teníamos que completar el apartamento con comida. Así que, después de comer algo en el complejo gigantesco, nos fuimos a un Mercadona para comprar todo lo necesario, incluso compramos de más por si acaso.
Entre comprar, deshacer la maleta y organizarse el día se nos fue de las manos y no hicimos gran cosa. Tan sólo, que ya es mucho, disfrutar del apartamento, organizarnos y descansar. Mañana sería otro día.  
Piscina
Piscina


Monte Toro
Vistas desde Monte Toro
 Al día siguiente, como el día parecía no estar muy soleado. Preferimos no ir a la palaya. Cambiamos orilla de mar, por vistas de la isla. Nos dirigimos a un sitio, en medio de la isla- cerca de Es Mercadal, donde se podían observar unas vistas de la isla. Desde la montaña más alta de la isla se podría ver todo,  si no fuera porque las nueves no facilitaban la labor de la observación.  De todas maneras, pasamos una mañana tranquila, paseando por la montaña, haciendo fotos  e intentando averiguar lo que se veía.  


Puerto de Ciudadela
Esa misma tarde, acompañados por el atardecer  visitamos el puesto de Ciudadela. Me pareció muy bonito, con el mar, los barquitos y la puesta de Sol de fondo. Caminamos bastante, para ver a fondo el puerto, lo rodeamos, hasta que llegamos al punto central: donde había muchas tiendas, restaurantes y gente. Después de visitar algunas tiendas, aprovechamos para cenar por ahí una pizza.  Visitamos también un mercadillo que estaba en una cuesta y entre escaleras, muy mal ubicado, porque entre las escaleras y la aglomeración de gente, no hacía muy agradable pararte en los puestos. Después vimos la catedral, más puestecitos, en general, dimos un repaso al puerto. Este sitio nos encantó y lo visitamos en varias ocasiones, aparte de porque estaba cerca, porque nos gustó mucho pasear por ahí.  
Puerto de Ciudadela
Port de Ciutadella 


Cala Mitjana
Al tercer día tocó playa. Ya nos tocaba pisar la arena de la playa, y ver cómo era la costa menorquina. Pero, cuando estás en un sitio que no conoces…vas a l primer sitio que te llama la atención por la ubicación en el mapa.
Llegamos, aparcamos, y empezamos la caminata hasta llegar a  la cala. Una cala pequeñita y repleta de gente, casi no encontrábamos sitio para dejar la toalla- menos mal que no era agosto-.  Pero, de camino ya empezábamos a notar un olor desagradable, a agua estancada. Una vez en la cala, ese olor se hacía más presente. De todas maneras, algún baño nos dimos. No estaba realmente sucia el agua, así que no sé de dónde vendría ese olor tan desagradable. Estuvimos un poquito, hacía mucho calor y entre la cantidad de gente, el estar sin sombrilla y que con un poquito basta, ya teníamos más que suficiente.
La verdad es que Cala Mitjana, a pesar de su paraje natural, de la arena fina, de tener agua cristalina, no nos llamó mucho la atención. Más bien, nos desilusionó n poquito, quizás el hecho de que hubiera tanta gente también nos desalentó un poquitín.   
Cala Mitjana

BINIBEQUER
El sábado como el día despertó un poco nublado, optamos por ir a visitar un pueblo que nos habían recomendado. Un pueblo que estaba casi en la otra punta de donde estábamos, pero que valdría la pena visitar, y así fue. Llegamos, después de pasar por carreteras estrechas a un pueblecito pesquero. Una zona de costera con mucho encanto. Todas las coitas eran de color blanco. Paseamos entre las casitas, llegamos a la costa y observamos algunas barquitas. 
Barquitas en Binibequer
Barquitas en Binibèquer
Casitas blancas  Binibèquer
Casitas blancas de Binibèquer

A pesar de que el día estaba medio nublado, hacía un bochorno tremendo. Paseando entre las calles rodeados de casas blancas, empezamos a notar que caían gotitas…Antes de que empezase a apretar la lluvia, optamos por ir al coche no fuera a ser que se pusiera a llover con más intensidad. Pero, fue ponernos a conducir y caernos la tormenta mientras íbamos en el coche.  Conducir bajo la lluvia no es muy agradable, pero no quedaba más remedio que seguir adelante.   


MAHÓN
Llegamos a Mahón y hasta que no paró la lluvia no nos atrevimos a apearnos del coche. Una vez la cosa se tranquilizó pisamos el asfalto para recorrer las calles. Era la hora de comer y una de las formas de visitar la ciudad es buscando un sitio para comer. No teníamos ni idea de dónde ir, no conocíamos el lugar, no llevábamos mapa y teníamos hambre. No valía quedarse con el primer sitio que viésemos. Vimos algunos restaurantes que no tenían mala pinta, en los que hacían platos combinados, eso no estaría mal. Sin embargo, seguimos caminando, para dar la vuelta siempre habría tiempo. Caminando y caminando llegamos al puerto, pero no era como el de Ciudadela…no tenía tanto encanto. Pasamos por una brasería que nos cautivó con el olor que desprendía, pero estaba a tope de comensales, así que seguimos caminando. En el paseo marítimo vimos  un sitio que hacían menús. ¡Menú un sábado! Habíamos caminado bastante, y como pensamos que era un sitio perfecto nos quedamos. Menú a precio asequible, con sito para come y con muchos platos para escoger. Nos quedamos en la terracita, ya que dentro hacía el mismo calor que fuera. Al menos en el exterior podríamos ver la gente que paseaba, y vimos que muchos al ver la pizarra con el menú también se quedó. Elegimos bien, porque comimos genial.
Con el estómago lleno paseamos por la ciudad, pero, para mi gusto, no tenía la magia que tiene Ciudadela. Sin embargo, eso no lo sabes hasta que no pisas la ciudad y recorres sus calles. Hicimos fotos como turistas del lugar y emprendimos el camino hacia el coche. Nos tocaba conducir un largo trecho hasta casa.
Por ese día, aún sin playa, había sido bastante completo el día. Haciendo turismo, paseando y pasando por una tormenta veraniega.

CALA PILAR
Para el domingo teníamos planeado una excursión. Nos levantamos y vimos que lucía un Sol radiante. Nos preparamos bocadillos y cogimos las botellas de agua que teníamos en el frigorífico. Preparados, subimos al coche para dirigirnos a nuestro destino: 
Teníamos especial ilusión en ir a esa cala, ya que había leído sobre ella. Cuando nos acercábamos a la cala, por el camino observamos: vacas muy cerca del camino. 
Vacas cerca de Cala Pilar
Una vez aparcamos donde nos indicaron, empezamos el camino. Antes de empezar la caminata había un cartel donde explicaba que era una ala de difícil acceso y que aproximadamente se tardaba 45 minutos. Ni eso, ni el calor, nos echaba atrás, queríamos llegar a la cala.
La excursión: Empezamos con mucha ilusión, a pesar del calor, el bochorno, lo cargados que íbamos y las piedras que nos encontrábamos. Parecía que nunca íbamos a llegar a la playa. Estábamos en un bosque encantado, lleno de árboles centenarios, inmensos (todos ellos con su respectivo nombre escrito en un cartel).  Aparte de lo lejos que estaba, de lo difícil del camino, también tardábamos porque íbamos haciendo fotos. 
Cartel en Cala Pilar
Parecía que llegábamos, porque ya se veía el mar, pero nos quedaba bajar. Mejor sin prisas, porque si no hubiéramos bajado rodando, ya que había piedras que se movías y nos podíamos resbalar.
Cuando pisamos la arena se nos dibujó una sonrisa. ¡Habíamos conseguido llegar!. valía la pena hacer esa larga caminata por la montaña. ¡Ya estábamos! No había casi gente. No estaba aglomerada de gente, estaba limpísima y podíamos elegir dónde colocarnos. Nos pusimos cerquita de la orilla.   


Es una cala muy virgen, no hay nada alrededor que no sea naturaleza. Es una cala situada al norte de la isla, entre Ferreries y Ciudadela. Tiene arena finita y de color dorado, tirando a rojiza. El agua es totalmente transparente. Está rodeada de árboles, los que hemos dejado atrás en el bosque, pero en la cala no hay ninguna sombra donde cobijarte. Fuimos preparados para hacer el camino con deportivas y agua, pero no fuimos cargados con una sombrilla, que nos hubiera venido muy bien.
Carlos disfrutó buceando. En cuanto regresó de estar sumergido bajo el agua, fuimos al agua, necesitaba refrescarme. Estaba buenísima ¡, fresquita y limpia. Después de comer los bocadillos que habíamos llevado- allí no hay ni servicios, ni chiringuito, ni nada de nada, solamente naturaleza- empecé a notar que el Sol picaba más de lo habitual.  No paraba de embadurnarme de crema para protegerme del Sol.
Sin embargo, por la tarde mis piernas cada vez que sentían el Sol se resentían. Tenía la ligera sensación de que me abía quemado.
Por la tarde decidimos emprender el camino de vuelta, el Sol ya no me resultaba agradable y ya llevábamos bastante rato. Por el bosque encantado, cada resquicio de Sol que se colaba por los árboles, me era dañino. Buscaba las sombras podía, pero el camino seguiía siendo tan largo como para ir.
Efectivamente, me había quemado, y lo primero que hicimos, antes de subir al apartamento, fue pasar por alguna tienda para comprar alguna crema que me aliviase ese dolor.
Pero, a pesar de que  mi piel no aguantase los rayos del Sol me encantó la  calita. Si ya íbamos con ilusión,  el resultado  no nos decepcionó para nada. Pero, no encontramos el baro que habíamos leído  que se podía encontrar y servir como mascarilla para el cuerpo, no sé dónde estaría.  Nos dio igual no encontrar el barro, que hubiera bichos merodeando alrededor nuestro,  nos gustó mucho la cala.
Si vais a Menorca os recomiendo que hagáis esta excursión, merece la pena la caminata.  Eso sí, llevar deportivas para la gran caminata, agua en abundancia, comida y si podéis una sombrilla y sobre todo protector solar.

Día 15 de Julio: Mi cumpleaños
El lunes cumplía años y me levanté echa polvo. No era la edad, eran los achaques del Sol. Había pasado una noche horrible: con frío, calor, dolor por el rocé de la sábana….!buff! estaba relamente quemada. Era una gamba andante.  No paraba de hidratarme con after sun, pero seguía sintiéndome con dolor.
Carlos me despertó felicitándome y tirándome de las orejas, seguido todo ello de regalitos. Los regalos fueron: ropa, bikini y unos pendientes de plata preciosos.  La ropa no me la pude probar ese día, estaba demasiado dolorida comp ara probarme ropa.
Como era mi cumpleaños elegía yo el plan del día. Estaba tan quemada que cualquier cosa menos playa. Hicimos el vago hasta que llegó la hora de comer. Fuimos a comer paella, cerca de la playa en Cala Blanca.
Restaurante Miramar
Fuimos a un restaurante que le habían recomendado a Carlos, especiazado en paellas.  Tenia una terraza, con un techo, lo cual hacía que estuviéramos en la sombra. ¡menos mal! Necesitaba  huir del Sol. El camarero nos llevó hacia la mesa, y no sé por qué, peo supo que no veía. Me extrañó que lo supiera, ya que iba sin Kenzie, y sin bastón, pero no sé porqué pero lo sabía. Tuvo muchas atenciones conmigo, e incluso nos recomendó la paella ciega: que consiste en arroz con mariscos peldos, para no enconrarte ninguna dificultad a la hora de comer.
Pedimos una ensaladita marinera y después paella: mitad la recomendada junto con otra normal- para que nos encontrásemos alguna gamba con su cabeza-.
Nos gustó mucho el sitio, por el trato amable de los camareros, por las vistas y por la comida. El restaurante tenía un protagonista indiscutible un papagayo que era del dueño. El dueño que era muy gentil, quien se había percatado que no veía, tuvo el detalle de acercármelo para que lo pudiera tocar. Le toqué la cola, era muy larga.
En el restaurante con el papagayo
  El papagayo estaba domesticado, estaba suelto e incluso chapurreaba algunas palabras.
Pasamos un buen rato en el restaurante. Después fuimos a casa a descansar. Por la tarde empezaron las llamadas de felicitación. Hubo algunas que no las pude ni contestar, porque daba la casualidad que estaba hablando con otra persona. Se juntaron todas por la tarde-noche.
Por la noche fuimos a mi sitio preferido: el Puerto de Ciudadela. Allí después de pasear, visitar tiendas y demás, terminamos cenando una pizza a la que días atrás había echado el ojo. La pizza se llamaba Pilar, como yo, y los ingredientes eran: setas, champiñones, salsa de ceps….con esos ingredientes no me pude resistir.
Así, concluyó el día de mi cumpleaños, comiendo una fabulosa pizza, con una compañía perfecta. Eso sí, faltaba alguien especial, Kenzie, peo….todo no se puede tener, y menos cuando estás lejos de los tuyos. No cabe duda que fue un cumpleaños diferente. 

Coves d’en Xoroi 
 El martes, como aún estaba resentida por el paso del Sol en mi cuerpo, descartamos ir a la playa. Aún no estaba preparada para pasar el día bajo el Sol. Fuimos a un sitio llamado: Coves d’en Xoroi.  Unas cuevas naturales que están más cerca de Mahón que de Ciudadela. Todo el mundo nos decían que teníamos que ir, aunque fuese para verlas. Esas cuevas las han convertido en un lugar de copas. Por la noche se convierte en discoteca, pero preferimos ir por la mañana, para poder ver algo de las vistas. Está abierto todo el día. Pero, vayas a la hora que vayas, para entrar hay que pagar. Con la entrada te viene una consumición de un refresco. Por la mañana la entrada es más barata, que por la tarde, o por la noche. Pero, nosotros, no lo hicimos por el tema económico, que también, si no que preferíamos aprovechar el día allí.
Pensé que sería un sitio más grande, pero no es muy grande. Dentro de la cueva se está fresquito, más que fuera en la terraza. Pero las vistas desde la terraza son magníficas: se ve el mar.  
Vistas desde las coves
No estuvo mal la excursión a la cueva. Pero, no me lo imaginaba así. Pensé que sería un lugar más amplio, con algún guía explicándote. Pero, era como ir a un local ambientado en una cueva, que es lo que era. Me pareció algo caro, un negocio más para sacar dinero.   

Es Castell
Después de nuestra “vista obligada” a las coves, volvimos a “casa” para comer. Por la tarde, cogimos de nuevo el coche,  para ir a un pueblo que tenía muy buena pinta. Lo malo volver a hacer kilómetros en coche, estaba en la otra punta de la isla. Pasamos de nuevo por Mahón, esta vez sin bajar del coche, simplemente un pequeño despiste del GPS que quiso que visitásemos de nuevo el pueblo. Pasamos Mahón y llegamos al destino: Es Castell.
Es Castell es un pueblo situado en la parte más oriental de la isla, tocando a Mahón. Paseamos por el pueblo y vimos que estaban de fiestas. En medio de una plaza se escuchaba música. Seguimos paseando hasta llegar a un puerto pequeñito. Bajamos para ver el muelle de más de cerca. Era un lujo pasear por ese paisaje de postal. A un lado terrazas y terrazas de restaurantes y al otro el mar con sus barcas.  El muelle se llama Cales Fonts.
Cenamos en uno de los locales. Nos tocó estar dentro, porque toda la terraza estaba al completo. Creo que, incluso estuvimos más fresquitos con el aire acondicionado. 
Después contemplamos el muelle, todo iluminado y con la luna, casi completa, amenizando la noche con su luz. Entramos en laguna tienda de lo más típico de la isla: menorquinas. 
Y, entre las tiendas de arriba, paseando entre terreno empedrado, encontramos puestos de artesanos. Uno de ellos era de collares hechos a manos. Y ahí caí, me explicaron de que estaban hechos, de dónde eran y, claro, me sedujeron. Sobre todo, uno de los collares hecho con semillas de café, y aún conserva su olor. Me encanta.
Así la noche llegó a su fin, tocaba coger el coche y emprender, entre la oscuridad de la noche, el viaje de vuelta al apartamento.  

Cala Blanca
El miércoles, un poco más recuperada de mis quemaduras, me atreví a volver a la playa. Eso sí, no quería que me diera mucho el Sol, no lo hubiera soportado. Así que, fuimos a una playa cercana, Cala Blanca- mismo sitio donde habíamos ido a degustar la paella-.  No nos pusimos cerca de la orilla, no hacía falta, preferí quedarme debajo de la sombra de un árbol. Así si quería algo de Sol me movía, y si no allí con sentir la brisa marina, tenía más que suficiente. 
La playa que se veía desde el restaurante, estaba bastante llena de gente, pero eso ya lo habíamos visto el día que estuvimos comiendo allí. Pero, estaba alrededor de restaurantes, hoteles, etcétera…eso hacía que perdiera todo el encanto que en un principio debía tener. Pero, para tomar el Sol y remojarte un poquito ya está bien.   
Para remojarnos al gusto y nadar todo lo que quisiéramos teníamos la piscina. Casi siempre estaba solitaria y estaba muy bien, no muy grande, pero suficiente para nosotros.  Para secarse, teníamos para elegir: tumbonas con sol, sin sol, con sombrilla….al gusto.

Cala Galdana 
El jueves, nuestro último día, fuimos a una cala que me habían recomendado: Cala Galdana. SI había superado el día anterior en la playa, aunque debajo de un árbol, estaba convencida que el paso de los días y mis curas habían surgido efecto para aguantar un día más en la playa. 
Cala Galdana resultó ser una cala llena de gente, demasiadas personas. Sobre todo era una playa llena de extranjeros y todos en familia, demasiados niños. Una playa que no cubría nada de nada, por eso era ideal para ir con niños. Nosotros no íbamos con niños. Pero, ya que estábamos allí…no quedaba más remedio que disfrutar como niños. Aunque éstos pasasen y te llenaran de arena, aunque tuvieras a unos centímetros a una familia de extranjeros que parecía que fuésemos con ellos.
Lo mejor de la cala, la comida. Comimos en un chiringuito que había a pie de playa, podíamos comer con el pareo y el bikini, Carlos sin camiseta, y ahí ni te decían nada por las pintas, ni eras el único con esas pintas. Cada uno iba como quería. Comimos un plato combinado. 
Después, fuimos al apartamento a descansar, a aprovechar la piscina y a empezar a hacer limpieza.
Por la noche teníamos plan: ir a cenar a un sitio, que nos habían dicho que se comía de maravilla. Pero, antes quise hacer una paradita pro Ciudadela y hacer las compras que había dejado para el último día, fuimos directos, ya que tenía las tiendas fichadas.
Ya con las compras hechas pudimos dirigirnos al restaurante: Ca Na Marga.
Un restaurante situado que lleva muchos años en la isla. Está situado dentro de Fornells, en una urbanización. La verdad es que si no sabes ir, si no te fijas, es un poco lioso, porque no se ve desde la carretera. Solamente lo abren por la noche, pero está a tope, mucha gente va con reserva. Tuvimos suerte y nos atendieron, a pesar de no haber reservado. Pero, solamente éramos dos.
Comimos de maravilla, unos entrecots de buey que estaban muy tiernos. Los postres eran una pasada, aunque ya estábamos llenos, la gula pudo y nos pedimos algo de postre.  Merece ir la pena al sitio, totalmente recomendable.          
Dulce de chocolate
Delicioso postre de chocolate con chocolate


La vuelta….
Aterrizando en Barcelona y en la vida real.
El día de despedirnos de nuestro apartamento había llegado. Tocó madrugar para terminar de hacer la maleta, que ya la teníamos casi lista del día anterior. Pero, como siempre quedan cosas, pues tocaba dejarlo todo listo.  Dejando todo limpio y listo, fuimos a dejar la llave. Ya no teníamos “casa estival”.
Sobre las 11 de la mañana emprendimos el viaje hacia el aeropuerto, en Mahón. Teníamos que devolver el coche, lo tenían que revisar y teníamos que facturar. Más valía ir con tiempo. Dejamos el coche. Facturamos. ¿Y ahora? Nos sobraba tiempo. Miramos las tiendas.
Algo que me sorprendió del aeropuerto: Había una terraza, donde podías fumar. Una manera de que la espera se haga más corta, poder respirar algo de calor natural. De todas maneras, por si hay algún despistado, colocan los avisos de los vuelos también fuera. 
Se hizo eterna la espera, por llegar con tiempo y porque el vuelo venía con retraso. La puerta de embarque no se abría nunca. Al fin, una vez lo descargaron de gente, subimos nosotros. 
El viaje es corto, se tarda más en despegar y aterrizar que otra cosa.
En el aeropuerto de Barcelona nos esperaba mi padre. Llegamos a casa y mi  madre junto con Kenzie nos estaba esperando. Kenzie cuando nos reconoció se puso muy contenta al vernos. No paraba de dar saltos , y de correr, sin parar de mover la cola. ¡Qué ilusión volver a verla! 
Y ya se acabaron nuestros viajes. En Barcelona hay mucho que hacer, y aquí estamos. Estamos trabajando en verano, y siempre que podemos hace alguna escapadita aprovechando el buen tiempo.  Además,  estoy muy ilusionada con futuros proyectos, y creo que, voy a seguir viajando mucho. Pero, sobre todo,  voy a vivir muchas experiencias.

Se han acabado los viajes estivales, pero nunca se sabe….y sé que vendrán muchos más.  ¡Vamos a seguir disfrutando con lo que queda del veranito! Aún queda mucho por exprimiendo, espero que  todo lo que exprima  salga tan delicioso como este julio. 

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