martes, 30 de agosto de 2016

Memoria viva: 95 años


Memoria viva  

Mi abuelo cumple 95 años...parecen muchos años. Pero,  la vejez no se elige, nos llega a todos, nadie se libra y si  se salva de ella es por un mal asunto. Cuidemos de nuestros mayores, porque tenemos mucho que agradecerles.  

Cuando cumplir años ya no se convierte en una aventura, simplemente en un día más. Cuando no sabes qué hoy es tu cumpleaños. Cuando cumples 95 años….  Y él sigue sin entender quién es ese hombre que sale conmigo en la foto,  a pesar de que le digo que es él, pero él no se reconoce y en cambio me conoce a mí de pequeña. Y ahora me mira, y a pesar de tenerme enfrente no me reconoce, quizás porque para él sigo siendo esa niña de la foto. Mientras él ya se ha convertido en un niño otra vez.

Cuando alguien cumple años siempre es señal de celebración de festividad, celebrar que cumples años es algo bueno, un año más en esta gran novela que es la vida. Y hoy mi abuelo completa el capítulo 95 de esa gran obra, su vida. Sí, cumple 95 años que se dice pronto, pero como supondréis ha pasado de todo. Pasando por una guerra civil, por una marcha de su pueblo natal a una gran ciudad, por sacar adelante a una familia, por una viudez, con sacar adelante a tres chiquillos él solo, con trabajar, trabajar y trabajar duramente. Con un segundo matrimonio,  viviendo y descubriendo la ciudad de los viñedos, cultivando una huerta, disfrutando de una jubilación, viajando y redescubriendo la segunda juventud.  Y cuando los viajes se terminan, la huerta ya no existe y tu pareja de vida tampoco está? Pues, continua la vida acompañado de quienes tú has criado, siendo ahora quien necesita cuidados y cariño. Sin embargo, cuando los años pesan, la enfermedad aparece y el tiempo no es un buen aliado, se piensa en lo mejor.
Ahora mi abuelo está en una residencia y para él es como si estuviera en un hotel, o, mejor dicho, como si estuviera en un colegio. Tiene compañeros con los que comparte conversaciones, juegos y ratos. Tiene actividades programadas y cuidados las 24 horas al día. Cuando vamos a verle, parece que nos haya visto el día anterior, y casi no nos presta atención, porque como si de un trabajo se tratase, él tiene que acabar su dibujo, el cual colorea como si no hubiera un mañana, sin importarle nuestra presencia. No, porque no nos quiera, si no porque los años hacen de las suyas, y, ha vuelto a ser aquel niño que un día fue.

Ha cambiado de escenario, ya no está en aquel pueblo que un día le vio nacer, crecer y convertirse en un hombre. Ahora colorea como lo haría  hace 90 años allí, pero lo hace rodeado de gente de su edad, que también tiene sus mismas inquietudes, o no, pero que por circunstancias están en el mismo lugar.

A mí me encantaría que estuviera con nosotros conviviendo el día a día, pero entiendo que nuestras obligaciones laborables no nos permiten dedicarle el tiempo que él se merece, y él no entiende la soledad, ni por qué estamos tanto tiempo fuera de casa, a pesar de que sepa que estamos trabajando. Pero, quien espera, desespera, y el reloj parece que no avance. Ahora en la residencia, tiene unos horarios, para levantarse, para el ejercicio diario, para las actividades, para la comida, el dominó, la merienda, la hora de la televisión, la cena. Al menos está más entretenido y cuidado. Siempre que podemos vamos a verle, aunque no vayamos cada día, por la falta de tiempo, sabemos que está bien, y cuando vamos queremos que nos cuente cosas y alguna que otra anécdota sobre sus compañeros cae, y si no te reta a una partida de dominó, aunque siempre quiere ganar y si no gana se enfada como si fuera un crío, aquel crío que un día fue y que ha vuelto a ser.
Sí, porque creo que a medida que nos vamos haciendo mayores, nos vamos haciendo un poquito más jóvenes. Sí, la vida es algo cíclica, y  como en sucede en la película de El curioso caso de Bejamin Button, creo que nos vamos convirtiendo en niños. Requiriendo los cuidados que un niño necesita, incluso volviendo a los pañales, necesitando la ayuda para comer y no reconociendo a quienes te cuidan y te quieren. Después de tanto esfuerzo, sacrificio y trabajo, toca que los demás te tiendan la mano y te ayuden a recompensar todo lo que hiciste por ellos.  

Puede parecer triste, pero cuando llevas tantos capítulos acumulados, ya entremezclas los primeros capítulos con los del medio, y con los de hoy. Ya no sabes dónde estás, o sí, pero cada vez es un ejercicio más forzoso poder recordar los nombres. Tal y como me dijo una vez mi abuelo, me dijo que, claro que sabía quién era, que mi nombre lo tenía en la punta de la lengua, pero que no le salía. Me dolía, pero en el fondo lo entendía, pero tampoco quería que se lo dijera, ya que él lo sabía. Y, cuando se le mete algo en la cabeza es complicado llevarle la contraria, porque como buen maño que es, es muy testarudo, y aunque no tenga razón, para él es la suya y no hay más. Y si te dice que  tú no eres tú,n o hay manera de hacerle entrar en razón, aunque te entre hasta risa, por las ocurrencias que la mente juguetona le hace decir.   

Una de las últimas veces que le he visto, a pesar de tenerme enfrente era incapaz de reconocerle, y entre que yo no le veía y él no me decía nada, la verdad es que fue una escena de película. Después, en vez de fijarse en mí, reconoció a Kenzzie y se puso súper contento al verla, más tarde cayó que Kenzie no estaba sola e iba acompañada, sí, por mí, y entonces reaccionó y se dió cuenta que yo también estaba ahí.  Siempre que vamos, pienso que le hace más ilusión que vaya Kenzie que yo, porque se pone muy contento al ver a la peluda, pero es mutuo, porque Kenzie tampoco para de mover la cola, a veces hasta hay que controlarla, porque pienso que hasta lo va a tirar de la silla de ruedas. Aunque, por muy eufórica que se ponga, sé que tiene cuidado.  

Hoy mis padres, Kenzie y yo hemos ido a visitarle para felicitarle su gran hazaña: cumplir 95 años. Él casi que ni recordaba que era hoy su cumpleaños, se pensaba que había sido ayer. No sabía con exactitud la edad que cumplía, no es que quisiera quitarse años, pero estaba convencido que eran 90 los que hacía, imagino que cuando superas cierta barrera, ya no quieres asumir, o no te das cuenta, de lo que es cumplir un año más o menos. A su manera le ha hecho ilusión que fuéramos a verle, que estuviera la peluda moviendo la cola y saludándole, que le llevásemos a dar una vuelta y que le sacásemos de la rutina. Ha empezado a contar historias, incluida la de cuando era un mozo y tenía que ir a desbriznar la rosa del azafrán en Monreal de Campo. Me cautiva como es la mente, no puede recordar qué ha comido, pero sí que puede narrar qué hacía hace más de 80 años atrás. Le he llevado un par de fotos, porque aunque sean unas retales del hoy, espero que no se queden aislados en el cajón de los recuerdos, y a pesar de que cada vez le cueste más desgranar quiénes somos, con la ayuda de las fotografías, las visitas y la magia de la mente, espero que no nos quedemos en un recuerdo. 



¡Muchas felicidades, yayo! Sigue siendo un niño, dibujando y sonriendo, porque eso harás que permanezcas joven, a pesar de cumplir años.  Un 30 de agosto de 1921 empezaste tu primer capítulo en Monreal del Campo, ahora llegas al 95 en una gran ciudad, y aún quedan más etapas por completar, aunque te parezan muchas las vividas. Brindo por todo lo que nos has regalado, y por todos los capitulos pasados o presentes que tienes que contar.  


sábado, 27 de agosto de 2016

Aventuras diarias con Kenzie

Anécdotas diarias con Kenzie


Ir con Kenzie siempre es toda una aventura. No, porque ir con ella sea un riesgo, todo al contrario, ya que me salva de muchas. Si no, porque gracias a ella, siempre tengo alguna que otra historia que contar. Alguien que ha querido tocarle, alguien que ha hecho un comentario, alguien que le ha preguntado algo a ela como si le fuera a contestar, algo que ha hecho Kenzie y ha despertado asombro, sonrisas o simplemente ha hecho que el día fuera diferente.

Anécdota vial: Los perros no distinguen colores. No te dice cuando cruzar

Esta semana en el famoso semáforo no acústico que está enfrente de mi puesto de trabajo siempre requiero que alguien me asegure que puedo cruzar sin jugármela. El otro día al ver una sombra cerca de mí, pregunté si me podía avisar cuando pudiera cruzar. Ahí mi gran error, y despés comprenderéis porqué. Ya que siempre pregunto o debo preguntar si me puede avisar cuando esté verde. El hombre al principio me ignoró, pero seguramente al ver que le miraba y esperaba una respuesta, me contestó que si le había dicho algo, que llevaba los auriculares. Volvía repetírselo y me dijo que sí que ya me avisaría. Hasta ahí todo correcto.
Entonces me pregunta que si es que ese semáforo no pita, le digo que no, que ya lo he reclamado al Ayuntamiento. Y, la pregunta que me hizo a continuación es la que más me sorprende, aunque no sea la primera vez que me la hagan, aunque sepa que no es culpa suya, sino de la falta de información.
-        ¿y el perro no te dice cuando cruzar?
Le contesto que no, que no distingue los colores.
-        ¡Ay, pobret! 
Me quedo alucinada con su expresión de pena, como si Kenzie tuviera alguna enfermedad y no pudiera distinguir ella los colores, mientras los demás perros sí que lo hacen. Enseguida reacciono y en acto de defensa de mi perra y queriendo aplacar esa frase llena de lástima, salté.
-        No, no es que ella no pueda distinguir los colores. Ningún perro puede distinguir los colores. 
Me imaginé a Kenzie, que seguía centrada mirando al frente, sonriendo y diciéndome: “Así se hace, Pili”. Lo único que faltaba que ahora también nos dijeran los colores, si podemos cruzar o no, qué ropa ponernos, leernos lo que queremos. Creo que ya hacen bastante, para que tuvieran que hacer nada. No me indigné. Bueno, sí, pero porque pensase que mi campeona peluda tuviera algún problema, para no distinguir los colores y decirme cuando cruzar o no. Pero, por lo de que los perros nos digan si el semáforo está favorable para nosotros o no, ya me ha pasado en otras ocasiones y es debido al desconocimiento.
Además, creo que a veces la gente no se para a prestarme ayuda, porque se piensan que mi guía me va a pasar cuando esté verde. Ya que  son muy inteligentes,, y lo son. Pero, como siempre digo, esta labor es nuestra: decidir cuándo podemos cruzar o no, igual que si llevásemos el bastón.
Si llevase el bastón, lo he podido comprobar, vendría más gente a ofrecer su ayuda que cuando vamos con un perro guía.

Seguimos con la conversación mañanera del hombre desinformado y con auriculares. Cabe decir que era a primera hora de la mañana, me había costado encontrar a alguien que pasase por ahí, que no me ignorase y que quisiera ayudarme.
Al poco me dice que podemos cruzar, pero me da la sensación que él va más lento que yo, y de repente un brazo me coge por detrás y me para. Ese brazo era el del hombre que riendo me dice que me pare, que es que ahora pasan todos. Me giro indignada y le digo que si es que no está en verde, y me dice que no, pero que como no pasaban los coches….
Nos quedamos en medio de la carretera, entre la acera y las vías del tranvía, ahí en una separación estrecha entre coches y tranvía. Él también se queda atrapado en medio de la nada, en un lugar nada seguro. Y al cabo de unos instantes ya podemos cruzar, ya se paran los coches, ya está verde.

Sé que no lo hizo con mala intención, pero no lo pasé nada bien. Sé que fue culpa mía por no accionar bien la pregunta. Ya que pides ayuda, es mejor que te avisen cuando está verde para ti. En muchas ocasiones, cuando el semáforo sí que es acústico, mucha gente pasa y me dice que puedo cruzar que no pasa ninguno, pero les digo que ya me espero a que este verde, y se deben quedar alucinados pensando que cuándo lo sabré, y les digo que ya pitará cuando esté verde. En otras, me he sentido muy tonta, perdiendo el tiempo, pero sabiendo que tampoco va de un minuto, y cruzar con seguridad.

Ahí queda la anécdota vial de la semana.  

La anécdota que despertó sonrisas: Kenzie y sus travesuras

Ayer viernes Kenzie me regaló otra anécdota que despertó sonrisas, pero que me engañó de lo lindo. Cuando íbamos de camino al trabajo, noté que el modo aspiradora se ponía en marcha y succionaba algo, pero enseguida la corregí y pensé que ya habría tirado lo que fuese que hubiera cogida. Además, hasta llegar a la oficina guió de maravilla, sin detenerse, muy centrada. Nada más llegar a mi puesto, cuando estaba ordenando unos papeles, ella se tumbó y escuché como que comía algo: “Crac, crac, crac”. Terminé de hacer lo que hacía y fui a ver si comía algo, y, efectivamente le saqué de la boca algo alargado de madera. Un lápiz pensé, deseando que no se hubiera comido la goma, que no se hubiera comido mucho, y le quité todo lo que pude: su gozo en un pozo. Todo lo que encontré lo tiré en mi papelera.
Cuando llegó mi compañero, buscaba algo y pensé que buscaba su lápiz. Le dije que si buscaba su lápiz de madera que lo sentía que Kenzie se lo había comido, él pudo comprobar los restos que habían quedado en el suelo y se quedó alucinado. Le enseñé lo que le había sacado de la boca, para que comprobase si se había comido la goma o qué. Se quedó mirándolo y riendo me dijo que no era un lápiz. Era un palo de un árbol. Un palo pequeño, de la medida de un lápiz. Eso lo había traído de la calle. Ella había estado disimulando todo el camino, guiando de maravilla, con la intención, con su único objetivo de llegar tumbarse y ponerse a comérselo. Había disimulado, escondiéndoselo en la boca, sin moverla, para que no le pillase. Una vez más me ha demostrado lo lista que es, engañándome, para poder disfrutar de su hallazgo tranquilamente.
Sin embargo, aunque tarde, le pillé y se quedo sin su tesoro. Pero, sí que consiguió su objetivo: engañarme y llevárselo hasta la oficina.

Al fin y al cabo no pasó nada, no era nada malo, fue una travesura y nos alegró el día, despertando risas y haciendo que ese viernes acumulásemos una anécdota más en el libro de nuestra vida.    


martes, 23 de agosto de 2016

Relato: Las luces que guían tu camino


Las luces que guían mi camino: las estrellas

Las estrellas habían dejado de brillar, como si alguien  le hubiera dado al interruptor de la luz.  El silencio de aquella noche retumbaba entre todos aquellos testigos que vieron lo que ocurría. Esos puntos luminosos habían desaparecido sin más y había dejado un cielo desierto. Enseguida se corrió la voz por todo el valle, vecinos de todas las edades salieron con linternas, móviles, velas y todo tipo de luces. Todos contemplaban ese asombroso fenómeno de la naturaleza.

Un niño se deshizo de los dedos de su madre, adentrándose en la profunda negrura de la noche, sin temor a la oscuridad. Solamente había dado cinco pasos, pero no quería sumergirse más allá, sabía que la oscuridad se le podía comer y hacerle desaparecer. Al menos si no hubiera sido tan valiente, si no se hubiera soltado de la seguridad que da la mano de una madre, podría con todo. A pesar de ver muchas luces a lo lejos, no era capaz de distinguir a nadie. A pesar de escuchar su nombre, él estaba muy lejos, como si ya la voz  también hubiera desaparecido de su cuerpo como habían hecho las estrellas del valle. Quería contestarles, decirles que estaba ahí, que no se alejasen, que vinieran a por él,  pero lo único que salía de su boca era grito ahogado que formaba una nube de vaho.
Los dientes de la oscuridad empezaban a hincarse en todo su cuerpo paralizándole y haciendo que un líquido caliente resbalase por sus piernas, pensó que era la sangre, pero sabía que era su propio pis, delatando el miedo que corría por todo su ser.

Mientras la madre de Diego gritaba hasta desgañitarse, cada vez que pronunciaba el nombre de su hijo se escapaba un trocito de su alma. Sabía que en una noche tan oscura, sin que las estrellas ni la Luna fueran testigos, sería más complicada una búsqueda. Además, solamente dos o tres vecinos se habían dado cuenta de su desesperación, los demás seguían absortos en el paradigma de la oscuridad.     

El niño recordó que su abuelo le había explicado que para orientarse era bueno saber las constelaciones, saber dónde estaba la osa mayor, pero ahora de poco le servía en una noche que había querido zamparse a todas aquellas estrellas. Pensó en su linterna y en porqué no la habría cogido, simplemente por no ser rebelde y hacer caso a su madre. Si le hubiera llevado la contraria ahora estaría iluminado, como todos aquellos fantasmas del pueblo que eran puntos de luz.

La madre odió haber sido tan madraza, y se arrepentía de haberle dicho a su hijo que dejase su linterna que con la suya ya harían, que no se soltase de su mano. No hay nada como decirle a alguien, y  más a un niño, que no hagas tal cosa, para que le entre más ganas de romper esa barrera de prohibición. Y eso es lo que  la curiosidad de Diego había hecho, arrancando sus dedos de los suyos, alejándose de su vera.

Diego empezó a temblar, tenía frío, desconsuelo y mucho miedo. Empezó a llorar como si esas lágrimas fueran la solución, como si fueran el imán que atraería a su madre, y fuera a ir corriendo como en tantas otras ocasiones había funcionado. En esa ocasión no funcionaría. Miraba hacia arriba deseando que las estrellas se encendieran, pensando quién y por qué habría apagado el mejor decorado de ese valle frío y alejado de la ciudad.

La madre miró al cielo, se puso de rodillas y suplicó a quien pudiera estar allá arriba que le diera una pista, que se lo devolviera, que le diera la luz de su vida. A ella poco le importaban las estrellas, porque sabía que si hubiera seguido viviendo en la capital seguiría sin verlas. Sin embargo, lo que sí que hacía especial ese lugar era su hijo. Diego había nacido allí, siendo el fruto de un amor verdadero, hasta que el príncipe desapareció como esa noche lo habían hecho las estrellas y su hijo. Y ella no podía quedarse sin más estrellas en su vida, porque si no perdería el norte.

A las tres y dos minutos de la madrugada como si por arte de magia alguien encendiera el árbol de Navidad, todas las estrellas, miles y miles de ellas empezaron a entonar una melodía de luces, que sumado a los flashes, a las linternas y al brillo de las miradas de los vecinos, formó un baile de luces y colores que jamás se repetiría. Nunca nadie entendió ese fenómeno, pero cada 23 de agosto se conmemora la fiesta de las estrellas en el valle de las luces perdidas.

Desde entonces hay muchos vecinos que lo recuerdan como el día que estuvieron presentes, que hicieron fotografías, que lo retrasmitieron por redes sociales, pero, sobre todo hay dos habitantes que lo vivieron de una forma muy especial. Diego, un niño que aprendió a no soltar la mano de su madre, suave, templada y que le aportaría seguridad durante toda su vida. Sabiendo que esa mano no es solamente una protección es mucho más, es un te quiero en las noches más oscuras. También aprendió que no es de valientes adentrarse en un mundo desconocido, si después no tienes el coraje de continuar siendo un explorador. Supo que las mejores estrellas no están en el cielo, porque aquella noche desde la distancia vió que las estrellas habían bajado a buscarle y eran todos los habitantes de su pueblo.  
La madre no recordaría nunca el baile de luces y de colores, porque las lagrimas le impidieron ver qué ocurría. Ella solamente recuerda el galopar de su corazón al fundirse en el abrazo que más ardía, el abrazo de su estrella. Lo tenía justo al lado, pero no supo verlo con tan poca luz: los nervios hicieron que se moviera hacia todas partes, menos hacia donde estaba su verdadera estrella, la que guiaba su vida. 

Para todos fue una noche especial, porque todos tienen estrellas que brillan a su lado, más cerca de lo que se piensan. Brillen o no, si miras bien, si miras con los ojos de tu alma verás que iluminan tu alma cuando están cerca de ti.


sábado, 20 de agosto de 2016

Mi querido gato Pichi: Siempre en el recuerdo

MI QUERIDO GATO PICHI


Siempre en el recuerdo 


Pichi tumbado en el sofá

 Esta semana, el día 16 de agosto, nuestro gato Pichi nos dijo adiós. Después de 16 años, con sus buenos y malos momentos, nos abandonó. Todavía no me hago a la idea, y el hecho de no convivir con él, me da la sensación de que aún está en casa de mis padres. Pero, cuando voy a verles, sin querer, me da la sensación de que va a aparecer sigilosamente por ahí, para ir a comer, para saludar, para cotillear a ver quién ha venido, para jugar.. sin embargo, no aparece y no es porque esté durmiendo, si no porque no aparecerá más.

Cuando me hago un poquito a la idea, resurgen sentimientos y me da mucha pena, no poder volver a verle, no poder volver a cogerle, acariciarle, notar su ronroneo cuando le peinaba, no poder jugar con él, no notar su lengua rasposa cuando me daba besos, no.. Todo son acciones que no podré volver a hacer, ni sentir con él. Son muchos años, muchos recuerdos, muchas anécdotas y vivencias en las que ha estado presente. 

Un verano del año 2000 fui con mis padres a una aldea de Guadalajara, lugar donde nació mi padre y donde nació Pichi. Allá aquel verano lo conocimos. Era un gato pequeñito, que cabía en una mano y tenía muchas ganas de jugar. Al final, nos conquistó y nos lo trajimos a Barcelona. Un viaje en el que se portó muy bien, todo el viaje durmiendo.  Era muy pequeño, blanquito, con su mancha oscura en el lomo, sus ojos verdes, sus orejas puntiagudas, su nariz marroncita aterciopelada y sus uñas como alfileres. Dormía conmigo en la cama y jugaba mucho-

Recuerdo que le cortaba las uñas, aunque no le gustaba nada que lo hiciera, pero era bueno para él y para nosotros. También recuerdo que fue perdiendo los dientes de leche y  nos lo íbamos encontrando por casa. Después le fueron creciendo otros dientes.  

Cuando perdí la vista, él fue un gran apoyo para mí y sabía saborear mis lágrimas saladas, sí, con su lengua salada me daba ánimos, para que supiera que él estaba ahí. Tuve que dejar de cortarle las uñas, porque ya no me atrevía a cortárselas, es lo que tiene no ver bien. A pesar de ello, los mayores arañazos me los llevé viendo, aún tengo alguna cicatriz, recuerdo para siempre. Después de no ver siempre tuvo mucho cuidado, aunque algún que otro mordisco o clavada de uñas me llevé, pero nada comparado con los arañazos que me hizo en su momento viendo.    

Miles de recuerdos se agolpan a mí ahora que no está. Navidades junto a él, cuando olía que había gambas frescas él salía para ver si le caía alguna. Su época de gato gordo, pensando más de ocho kilos, pero estando atlético como un campeón, subiéndose por las mesas. Los viajes con él, no le gustaba ir dentro del trasportín, pero cuando llegábamos al destino hacía de pequeño explorador. 

Pichi se sintió un poco relegado a un segundo plano cuando llegó Kenzie. No entendía cómo me había ido y al volver aparecía en caso con un cuatro patas tan grande, aparecía un perro en su casa, que lo que quería era ir a por él y olerle, eso a él no le hacía mucha gracia. Además pasaba más tiempo con Kenzie que con él y me la llevaba a todas partes. Él pensó que le había cambiado, y empezó a distanciarse un poco de mí. Sabía que si se acercaba a mí, y sobre todo si lo cogía, la peluda ladraba porque estaba celosa. Yo estaba dividida, porque quería a Pichi y no podía evitar cogerle, para darle abrazos pero entendía que Kenzie sufría.  
Pichi con Kenzie a su lado



Después al irme de casa de mis padres, él nunca me olvidó, porque sabía quién era. En cuanto lo llamaba venía, si acercaba la cara me hacía una limpieza de cutis, y a veces solamente iba para jugar con él, ya que él lo necesitaba y yo también disfrutaba viéndole jugar. Otras veces, iba y le daba una buena pasada con el peina y él lo agradecía.

Quizás, por haber estado tiempo alejada de él, por no convivir junto a él, es por ello que aún no me hago a la idea, y me da la sensación que aún está en casa de mis padres. Cuando voy a ver a mis padres, me da la sensación que debe estar durmiendo escondido en alguna habitación, en alguna silla, pero al cabo de un rato y ver que no aparece para saludar, para cotillear quién ha venido, que no sale para comer, me doy cuenta que se ha ido y no aparecerá.
Mis padres al haber estado viviendo con él lo llevan peor. Echan en falta las noches en las que no aparece para dormir con ellos, las siestas en las que no se coloca encima, los madrugones que les hacía despertar, para pedir comida. Lo buscan y no lo encuentran, porque ya no está ahí.

Poco a poco nos tenemos que ir haciendo a la idea, pero el nombre de Pichi siempre nos recordará a nuestro gato que estuvo 16 años a nuestro lado.


 
Yo con PIchi en brazos
Abrazando a Pichi y los 2 mirando
Carta a mi gato Pichi

Aún no me hago a la idea de que te hayas ido. Sé que has aguantado como un campeón, algo te pasaba y no supimos entenderte. Aunque hubiéramos sabido lo que te pasaba, no sé si hubiéramos podido ayudarte, porque los años ya te pesaban. Espero que, al menos te quedes con los buenos recuerdos. Nosotros así lo haremos. Yo me quedaré con las últimas veces que te ví, en las que dando unos golpes encima de la mesa con el peine, allá donde estuvieras lo escuchabas y enseguida dabas un salto y te subías a la mesa, para que te peinase y tú me regalabas esos ronroneos que significaban que te encantaba que te cepillase, sobre todo debajo de la barbilla, y tú estirabas el cuello todo lo que podías, para que siguiera rascándote con el peine y seguías ronroneando y me animaba a continuar.  
Nos has dejado un gran vacío: en ocasiones pensamos que debes estar dormido en alguna habitación, escondido, tranquilo, tal y como te gustaba a ti, pero cuando pasa un rato y no apareces volvemos a la realidad. La mama el otro día contaba que al volver de comprar y traer las bolsas y que no apareciese, se daba cuenta que ya no estabas y se le cae el mundo encima al darse cuenta. Sí, porque tú eras un cotilla de mucho cuidado, y siempre que se escuchaba algún ruido, sigilosamente te acercabas para ver qué pasaba, y sobre todo si el ruido era de bolsas venías corriendo. 
Estos últimos meses con tus maullidos incesantes, pensábamos que era tema de la edad como nos habían comentado, ya que te movías como un jovenzuelo, comías y no tenías ningún síntoma. Pero, creo que era tu manera de decirnos que no te encontrabas bien, fuese como fuese, dejando al margen esta última etapa, que espero que no nos la tengas en cuenta, espero que allá donde estés te quedes con un buen recuerdo de tu familia.
Hemos vivido muchas cosas juntos, siempre has estado ahí. Regalándonos buenos momentos y otros no tan buenos con tus travesuras, pero, ¿sabes qué? Olvidaremos todas las veces que nos despertaste, que tiraste cosas al suelo para jugar, las cosas que rompiste, los arañazos y mordiscos que nos diste, y nos quedaremos con todo lo bueno, porque ahora echamos en falta: tus carreras nocturnas, tus maullidos, tus ganas de jugar y tirar todo. De los arañazos nos quedamos con la cicatriz, pero la herida que costará cicatrizar será la de tu ausencia. A pesar de  no hablar, se te notaba, sabíamos que estabas y tú notabas cómo estábamos, dejándonos a solas cuando lo requeríamos, dándonos besos con tu lengua áspera, para que supiéramso que estabas en los momentos más bajos y durmiendo en nuestros pies.  
Ahora al menos queda el consuelo que no sufres, que te has ido al cielo de los gatos, pero que no has querido irte sin despedirte, y por eso querías que los papas estuvieran en tu último aliento, y ellos estuvieron ahí haciendo todo lo posible, para que no nos dejases, pero a veces no se puede hacer nada.

Quédate con todo el pienso que has comido, con todas las latitas, con todas las gambas que has comido y te dábamso a trocitos. Quédate con todos los abrazos, las caricias, los masajes y las pasadas de peine. Quédate con todas las veces que hemos jugado, con un hilo, con una cuerda o con una pelotita hecha de papel de plata, yo te lo tiraba y tú enseguida venías para rematar. ¿Y recuerdas? Con la cuerda hasta te ponías de pie tú solito y empezabas a darle con toda tus fuerzas como si fueras un pequeño boxeador, un campeón como lo has sido hasta el último momento.  
Quédate con todos los sueños que hemos compartido durmiendo juntos. Las siestas con papa, dormir por la mañana junto a mama cerca de su cabeza, y dormir conmigo en aquellos primeros tiempos. Siempre has estado velando por nosotros mientras dormíamos, eras el guardián de nuestros sueños. Siempre a nuestros lado.

No solamente nosotros te echamos en falta, el loro ahora te recuerda y me dicen que maúlla y seguro que el no verte pasar cerca de su jaula también se le debe hacer extraño. La Kenzie aunque no haya  ido a casa de los papas, creo que también lo sabe,  y ahora entiendo porque la última vez que estuvimos Kenzie y yo en casa, sé porque no te fuiste al verla pasar, te quedaste ahí quieto, la oliste y le diste un beso y después a mí. ¿Era tu forma de decirnos adiós? ¿Lo intuías? 

Y ahora te escribo estas líneas y me vienen mil recuerdos a la cabeza en los que tú estás presente. Y ahora que cada vez me voy haciendo a la idea, esas lágrimas saladas que tanto te gustaban se me van cayendo con cada palabra, y tú no estás para pasar tu rasposa lengua. ¿Y ahora qué?

Pues, que te tengo que dejar, para no seguir manchando el teclado. Te diría mil cosas, te pediría mil perdones por todas las trastadas que te debí hacer, por todos los momentos que no pasé contigo, aunque tú también eras de estar solo y tranquilo. Pero, ahora no puedo rebobinar, así que me quedaré con lo vivido que es mucho, todo lo que dieron tus 16 años a tu lado, con todo lo bueno que nos diste. Me quedaré con tus orejas puntiagudas siempre frías, con tus ojos verdes que brillaban por la noche, con tu pelo suave, con tus patitas, y sobre todo contigo, porque tú no eres solamente una imagen, no eras solamente un gato, eras uno más de la familia y como parte de la familia, ahora se nos hace duro estar sin ti.

Gracias por tanto y no digo que te hemos querido mucho, porque te queremos y te seguiremos queriendo, ya que permanecerás vivo en nuestro recuerdo.

Descansa en paz mi querido Pichi.  

martes, 16 de agosto de 2016

Pañuelo refrescante

El gran invento del verano para nuestros peludos: el pañuelo  refrescante 


El verano para los perros es peor que para nosotros, pasan mucho calor. No estoy contando nada nuevo, porque es obvio que entre la manta de pelo que llevan no encuentren un respiro en las épocas de más calor. Empiezan a jadear con más frecuencia, se queman las patitas, sueltan más pelo para liberarse y lo pasan francamente mal.

Este año gracias a un grupo de Facebook que se llama: Usuarios y amigos del perrro guía, donde usuarios, familias educadoras y simpatizantes compartimos experiencias, ví que habían publicado un post sobre un pañuelo refrescante. Alguien le había comprado a su perro un pañuelito refrescante. A pesar de las explicaciones, las fotos y la buena acogida que tenía, me llamaba mucho la atención, porque seguía sin saber cómo era eso de un pañuelo refrescante. Me surgían muchas dudas, y empecé a preguntar sobre el pañuelo en cuestión, sobre todo si era eficaz. Toda la gente que lo tenía respondía de forma muy positiva a este nuevo accesorio para nuestros peludos. Así que me puse a investigar por internet en los diferentes links donde lo habían comprado, para saber el precio y cómo funcionaba, a pesar de que ya me habían contestado, y muchos me decían que hasta que no lo pruebas no sabes cómo es, porque es más complicado explicarlo que llevarlo a cabo.

A finales de julio me lancé y compré el pañuelo a través de internet. La verdad es que me gustó mucho esta página web, ya que fueron muy rápidos en hacer la entrega. Aquí os dejo el enlace:

En este enlace encontrarás el precio, el modelo y una descripción del pañuelo. Lo malo es que no puedes elegir talla, es talla única, pero al ser de tela no pasa nada, porque siempre tiene solución.

Cuando me llegó el pañuelo, que como digo no tardó ni dos días, me hizo mucha ilusión, más que nada por mi peluda. Cuando lo ví, pensé que qué era ese trozo de tela sin más. Pero, seguí las instrucciones que ya me habían recomendado por el grupo, lo dejé sumergido en agua en la nevera, para que estuviera fresquita, y al cabo de una noche, eso había crecido una barbaridad. El pañuelo de tela, dentro tiene unas bolitas, tipo las bolitas de silicona que te vienen en algunos aparatos, y eso hace que crezca, como si el agua se quedase acumulada dentro. Y todo lo del alrededor del cuello se convierte en unos chorizos refrescantes. No chorrea agua, tal y como yo pensaba, un tema que me preocupaba. Ya que una vez lo sacas de la nevera, lo secas un poco y ya se lo puedes poner, no le deja el cuello mojado, como mucho algo húmedo y fresquito.

Se lo compré de color rojo con huellas, ya que la otra opción era color negro, y preferí que fuera un color vivo y que resaltase. Aunque el color es lo de menos, siempre pienso que el negro atrae más el calor, además mi peluda y el color negro no se llevan muy bien, más que nada, porque lo deja su rastro, al ser de color blanquita.

¿Cómo funciona?
Como digo no hay más que dejarlo en agua un par de horas y ya se hincha de tal manera, que el agua debe quedar acumulada dentro de las bolitas del pañuelo, y ya está. Te dura más de un par de días, supongo que en función del calor que haga y del tiempo que lo lleve encima, pero en mi caso, como se lo he ido quitando, pues lo ha ido durando bastante la humedad.

¿De qué material es?
Es de tela, como un pañuelo normal, acabado en pico. Sin embargo, todo lo del alrededor del cuello tiene unas bolitas por dentro, que no sé de qué material es, pero es lo que hace que se hinche. Además tiene un belcro para poder  sujetárselo en su cuello. Como he comentado, le iba muy grande, pero, de todas maneras, se lo iba poniendo. Hasta que su abuela, mi madre, le añadió más belcro, para que le fuera más ajustadito y le refrescase más.

¿Funcionalidad?
Funciona, sí. Yo se lo pongo cuando salimos a la calle, pero cuando llegamos, por ejemplo: al trabajo, al haber aire acondicionado se lo quito, porque sé que no le va a hacer falta. Lo guardo en una bolsita, y cuando volvemos a salir se lo vuelvo a poner, para que vaya preparada ante las altas temperaturas del verano, o el bochorno que tenemos por aquí. 

¿Le gusta?
Creo que sí, y es lo que más ilusión me hace. A parte de que veo que jadea menos. Sigue jadeando cuando hace calor, porque no es algo milagroso y aunque le reduzca el calor,  sigue haciendo mucho para ellos.
El otro día lo llevaba en la bolsa, no pensaba ponérselo porque estaba medio nublado y yo creía que no hacía tanto calor (aunque yo y el pronóstico del tiempo es un caso aparte), pero sí que hacía mucho bochorno. Así que pensé que para llevarlo en el bolso, mejor ponérselo, total, daño no le iba a hacer. Me paré y busqué en el bolso en el pañuelo, ella se quedó atenta, seguro que pensando a ver si sacaba algún premio. Pero cuando le rodeé el cuello con el pañuelo, se puso muy contenta, porque debió notar el fresquito y empezó a mover la cola y a caminar más animada.

Os dejo una foto de Kenzie con el pañuelo rojo. Está muy guapa, pero qué voy a decir yo, si siempre lo está, pero creo que le favorece mucho. Eso sí, ya actualizaré, porque aquí se ve que le queda un poco grande aún. Tendré que poner otra con el pañuelo más ajustadito. 

Kenzie mirando con su pañuelo rojo
Kenzie posando con su pañuelo rojo, ponendo cara de interesante, hacia  un lado. Guapa!



Creo que es una buena opción para sofocar el calor que padecen nuestros peludos en esta época del año. Ya me contaréis qué más trucos y más accesorios conocéis para ellos. Gracias y ahí queda mi experiencia con el gran descubrimiento veraniego.  

lunes, 8 de agosto de 2016

Microcuentos Veraniegos

CREATIVIDAD EN VERANO


El mes de agosto ya está aquí, vacaciones para algunos, trabajos temporales para otros, y algunos ya de vuelta, otros esperando ansiosos las suyas, pero todos estamos en el mismo mes (disfrutándolo, sufriéndolo, aguantándolo, pero ahí estamos). De lo que no cabe duda es que es un mes caluroso, es por ello que estamos en verano, a pesar de que hoy día no se noten los cambios estacionales, ya que con el calentamiento global, parece que estemos en un continuo verano.

Para amenizar un poco los ratos libres, para entretenerme y porque siempre me gusta compartir trocitos de creatividad con vosotros, y, por supuesto, que compartáis los vuestros, os dejo algunos microcuentos, que sean veraniegos o no, están tejidos con los mejores materiales: cariño, improvisación, palabras y creatividad. Espero que os gusten. Si tenéis la oportunidad de leerlo y os gusta alguno, decidme cuál es el que más os ha gustado y por qué, además de tener la oportunidad de demostrar vuestra creatividad… Os espero.

15 MICROCUENTOS VERANIEGOS   

1-     Rozaba las estrellas, pero no las alcanzaba, hasta que se dio cuenta que eran simples agujeros y jamás podría tocarlas. 
2-     Despertares dulces, cuando al abrir los ojos veo que estás a mi lado y el sueño continua.  
3-      Pasos silenciosos que llegan a ti, no se oyen, pero retumban en el corazón, ¿o acaso son mis latidos?4-     En cada amanecer encontró la oportunidad de decir lo que no dijo, no lo decía pero lo sentía, eran palabras mudas.
5-     Con el paso del tiempo, las huellas de aquel camino que recorrió, se borraron, pero podría recordarlo, sabía dónde había llegado.
6-     La oscuridad no le daba miedo, era su fondo de pantalla y estaba más que acostumbrado a ver los iconos tras ese fondo.
7-     Aquella promesa, a pesar de ser muy seria, siempre se la tomaban a broma, hasta que un día la pudo cumplir, y borró risas.
8-     En el desierto, si tenía sed, sabías ser el agua que anhelaba Gracias por estar en el desierto y en el paraíso. Siempre a tu lado.
9-     Quiso contar todas las estrellas que brillaban en el cielo, pero su propia luz impedía que las viera.  
10-  El Sol calentaba sus ideas, hasta que se puso protector solar y empezaron a surgir nuevas y refrescantes ideas.  
11-  Los sueños son como los granitos de arena, a veces aunque los agarres con fuerza, se escurren entre los dedos. No intentes aferrarte a ellos, vívelos.
12-  A pesar de estar a miles de kilómetros, las estrellas observaban las noches de verano. Sin saber que desde la tierra también eran observadas.  
13-  Aquellas palabras fueron un bálsamo para aquella alma silenciosa y solitaria que necesitaba caricias.  
14-  Los pasos pesaban más sobre el asfalto de agosto, pero sabía que al cruzar abría una puerta al mar. 
15-  Érase una vez, una historia sin final, el inicio aún estaba por empezar.       

domingo, 7 de agosto de 2016

Hiroshima 71 años después

Hiroshima



Una ciudad recordada con otra, Nagasaki, por la gran tragedia que les sacudió,. Alguien con poder tenía la decisión de apretar aquel botón que destrozaría todo o no, pero, sucedió. Y, no solamente miles de víctimas civiles, ajenas a todo, fallecieron en el acto, otras lo hicieron con los años, sufriendo por la radiación. A pesar de que hace 71 años de aquello, no hay que dejar olvidar hechos así, por unas ciudades que existieron y se fueron recuperando, por no olvidar a las víctimas, y , sobre todo, para tener en cuenta los errores del pasado y que no vuelva a ocurrir.
 


 

Un día como hoy de hace 71 años Hiroshima fue bombardeada por la primera bomba atómica, tres días después Nagasaki también corrió con la misma desgracia. Hasta la fecha han sido los únicos ataques nucleares en la historia, y crucemos los dedos, para que no se vuelva a repetir.

Los ataques se efectuaron el 6 de agosto en Hiroshima y el 9 de agosto en Nagasaki. Era agosto de 1945 y ya quedaba poco para que terminase la Segunda Guerra Mundial, pero el presidente de Estados Unidos: Harry Truman ordenó lanzar ambas bombas. Hay que recordar que en la Segunda Guerra Mundial Japón apoyaba a los alemanes y Estados Unidos formaba parte de los aliados.

La primera bomba que cayó el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima estaba bautizada como: Little boy, y la que cayó en Nagasaki era “Fat Man”. Little boy destrozó por completo la ciudad de Hiroshima, explotó a 590 metros de altura, liberando 13000 toneladas de TNT y dejando más de 100000 muertes.
Fat Man fue lanzada en Nagasaki tres días después, era una bomba de plutonio, que dejó resultados similares: muertes, muertes y sobre todo de civiles que no tenían ninguna culpa de nada.

Un mes antes, el 16 de julio de 1945 ya se había probado la bomba en Nuevo Méjico, dejando una nube de humo que se veía a kilómetros, además de fundir hectáreas de arena, debido al calor generado. Durante años allí no crecería nada de nada.

Se estima que hacia finales de 1945, las bombas habían matado a 166 000 personas en Hiroshima y 80 000 en Nagasaki.
246 000 muertes, aunque sólo la mitad falleció los días de los bombardeos. Entre las víctimas, del 15 al 20 % murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación.5 Desde entonces, algunas otras personas han fallecido de leucemia (231 casos observados) y distintos cánceres (334 observados) atribuidos a la exposición a la radiación liberada por las bombas.
 En ambas ciudades, la gran mayoría de las muertes fueron de civiles.

Seis días después de la detonación sobre Nagasaki, el 15 de agosto, el Imperio de Japón anunció su rendición incondicional frente a los «Aliados», haciéndose formal el 2 de septiembre con la firma del acta de capitulación. Con la rendición de Japón, concluyó la Guerra del Pacífico
 y por tanto, la Segunda Guerra Mundial.

 Como consecuencias de la derrota, el Imperio nipón fue ocupado por fuerzas aliadas lideradas por los Estados Unidos —con contribuciones de Australia, la India británica, el Reino Unido y Nueva Zelanda— y adoptó los «Tres principios antinucleares», que le prohibían poseer, fabricar e introducir armamento nuclear.  

Hoy hace 71 años de aquella masacre, de aquella destrucción, que acabó no solamente con la vida de civiles, si no que hizo que durante años no pudiera haber vida por la radiación que había dejado. Dejando a centenares de miles de personas con enfermedades que no solamente sufrirían ellos, sino su descendencia. 

 El discurso de Obama para el 91 aniversario: 







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