domingo, 24 de diciembre de 2017

Segunda parada: Nuestros 3 días en Kioto

3 días en Kioto


Kioto nos recibió tal y como nos había despedido Tokio, con lluvia. Así que, aunque el hotel estuviera más o menos cerca de la estación, no era plan de mojarnos y menos ir cargados con las maletas y mochilas. Cogimos un taxi, dimos la dirección del Hotel, pero no había manera de que nos entendiera. El conductor no sabía inglés. Le enseñamos el papel de la reserva, en el que estaba escrito el nombre del alojamiento. Se quedó igual, no es que no supiera leer, pero no entendía los caracteres occidentales, como ya nos había avisado que podía ocurrir, fuimos previsores y llevábamos una copia de la reserva en japonés. Se lo enseñamos y su cara se iluminó con una sonrisa, asintiendo, como diciendo que eso era ya otra cosa. En pocos minutos llegamos al hotel River East Nanajo.  

Nada más llegar nos dio muy buena impresión, porque, a pesar de que no era la hora de entrada, nos dejaron realizar el check in y nuestra habitación ya estaba lista para nosotros. Además la recepcionista fue muy amable y hablaba un inglés perfecto, la cual cosa nos alivió. La habitación era mucho más que una habitación, era como un apartamento: con nevera, cocina, baño, lavabo, comedor, armario y cama. Estábamos sorprendidísimos. Pero, había una norma, dejar el calzado en un rellano que había antes de pisar la súper habitación. Para ello nos habían dejado varias zapatillas a nuestra disposición. Todo un detalle.  
Después de ver la sorpresa que nos había deparado nuestro alojamiento en Kioto, dejamos las cosas y nos fuimos en búsqueda de un sitio para comer y visitar el Santuario Fushimi Inari.  

Aparte de la buena ubicación de la guest house, sus instalaciones y su buen trato,  esa misma noche nos dimos cuenta que en la entrada había un cartel dando la bienvenida a los huéspedes que entraban ese día. Y ahí estaba el nombre de Carlos en la entrada, dándole la bienvenida. 

Cartel Bienvenida en el hotel  con nombre de Carlos




Ya no llovía, por tanto fue un descanso meteorológico y una calma a la hora de hacer turismo sin necesidad de ir con chubasquero, ni paraguas, aunque lo llevábamos por si acaso. El restaurante lo encontramos de camino, estaba más o menos cerca del hotel, y nos gustaron los platos que tenían en el escaparate. En muchos casos, los restaurantes dejan el menú del día en el escaparate, al contrario que aquí que nos encontramos con la típica pizarra con los platos del día, allí son platos de cerámica recreados a la perfección de como son, y así aunque no sepas qué es con el nombre, sabes qué contiene y te puedes hacer una idea de lo que contiene el plato. Al entrar vimos que en las mesas había ceniceros, una vez más se podía fumar en el restaurante. El menú era indescifrable para nosotros y la dueña, muy amable, pero sin saber inglés no
Menú indescifrable en japonés
nos podía ayudar. Así que tuvimos que salir afuera, para saber qué queríamos pedir. Decidimos, Carlos su ansiado ramen y yo un arroz con curry. El menú estaba muy bien de precio y muy rico. 

Con la barriga llena fuimos a conocer el Santuario Fushimi Inari estaba muy cerca. Todo estaba cerca del alojamiento, porque el restaurante estaba en línea recta a dos calles, y a tres calles más todo recto, encontramos un gran torii que nos daba la bienvenida al reciento. Había varios templos, y a medida que íbamos subiendo escaleras veíamos más y más gente que como nosotros quería conocer el escenario donde se rodó Memorias de una Geisha. Este santuario es muy famoso por la cantidad de toriis rojos que van haciendo un camino.  
Pili tras torii rojo

Todo el camino está flanqueado por miles de toriis rojos que te acompañan durante toda la ruta, además de escaleras. Se podría decir que no es muy accesible por la cantidad de escalones que hay que ir subiendo sin barandilla, pero gracias a la mochila de Carlos y a los toriis no tuve mayor problema. Son más de 4 km que van rodeando y subiendo el monte Inari, así que es muy cansado. Reconocemos que no subimos toda la colina entera, porque cuando parecía que llegábamos a la meta, había más y
más escaleras para ascender, así que, después de un buen rato subiendo, nos paramos, descansamos y decidimos descender. A todo esto, nosotros íbamos disfrutando del lugar, haciéndonos fotos en cada rincón, haciendo fotos a otros
Escaleras y más escaleras
turistas que nos pedían que hiciéramos de fotógrafos,
Pili tocando relieve de letras japonesas - Kanji-
sentándonos en bancos para disfrutar del ambiente, tocando los toriis, sus inscripciones y rodeándolos. Pensando en la cantidad de años, incluso siglos que llevaban allí. Fue cansado, pero muy placentero visitar un santuario de estas características, y además gratis. A la hora de descender, fuimos viendo santuarios, en el que había papeles en murales, en los que la gente dejaba sus deseos. En otros ya eran más elaborados y los mensajes estaban colgados con maderas. Había estatuas de zorros, ya que se representaba de esta manera al mensajero del Dios Inari. Además de ver algún que otro buda. A pesar de ser un lugar muy concurrido, y en algunos tramos encontrar masificaciones, en otros rincones éramos los únicos del lugar. Nos encantó por la calma, por lo mágico del lugar y por estar en uno de los santuarios más antiguos y populares de Kioto. Era maravilloso descender y sentir la calma en un monte, un lugar bucólico y simbólico, a la vez que notábamos el sol rojizo del atardecer.

Este santuario es un imperdible si viajas a Kioto, por su belleza, por lo que te hace sentir, por su magia, por su historia, porque es gratis y está abierto las 24 horas del día.    

Carlos rodeado de torii rojos


Por la noche, como no encontrábamos nada cerca del hotel para cenar, aunque
Pili por la noche en Kioto
seguramente sí que habría. Fuimos a Pontocho, para ir allí fuimos  al metro. El metro de Kioto, poco tiene que ver con el de Tokio, nada lleno de gente y mucho menos intuitivo, porque las líneas no se conectan tan fácilmente, además costaba un poco orientarse, además de las pocas líneas que hay. Al final con un mapa del metro y con paciencia nos aclaramos y llegamos a lo que sería el centro de Kioto, Pontocho, o uno de los barrios de Geishas junto el de Gion. No vimos ninguna Geisha, estarían escondidas o no supimos verlas. Pero, sí que nos sirvió para ver tiendas, comprar algún souvernir, ver muchos turistas, ver restaurantes y muchas luces. Nos sirvió para cenar, a pesar de que parecía más un restaurante chino que japonés, pero nos sirvió para saciar nuestro hambre. Costó bastante pedir un tenedor, pero al final a Carlos se le ocurrió enseñarle una imagen con el móvil, y me trajo uno. Pedimos un poco de todo, fideos y cosas para picar. Una vez más se podía fumar, pero por muy fumadores que seamos no lo entendemos. Al lado había unos japoneses trajeados que comían y fumaban a la vez, esa combinación se nos hacía rara, pero ellos sabrían. 
Después de pasear un poquito más por el barrio sin conseguir el objetivo de ver a ninguna Geisha, ni a ninguna Maiko volvimos a la estación de metro, para ir a nuestro alojamiento a descansar. Para ser el primer día y no haber llegado a primera hora del día, no había estado nada mal. Fushimi Inari nos había más que eclipsado. 

Carlos y Pili con torii rojos en Fushimi Inari



Día 2 en Kioto: Kiyomizu Dera y Pabellón Dorado

La lluvia volvió a despertarnos el día que más actividad teníamos programada, sin embargo, a pesar del frío, la humedad y la lluvia, no nos detuvo y con paraguas y chubasquero nos lanzamos a la aventura. Teníamos que visitar el Templo Kiyomizu Dera. En el alojamiento no entraba el desayuno, así que lo primero que hicimos fue desayunar en una tienda de conveniencia, una de esas tiendas que están abiertas durante casi todo el día y tienen un poquito de todo. Tenían máquina de café y pastas para comprar. Así que, compramos algo para estar con el estómago lleno y el café. Desde allí nos fuimos caminando al templo, a pesar de la lluvia, abrimos nuestro paraguas y nos pusimos en marcha.
Antes de llegar pasamos por unas tiendecitas callejeras, que eran el preámbulo a lo gran puerta del templo. Nos hubiéramos parado a ver qué había en cada tienda, pero con la lluvia y los paraguas, no era tan agradable, así que Carlos me iba contando lo que con un vistazo rápido veía al pasar, sin detenernos.
Al llegar ya vimos que era muy diferente al Santuario Fushimi Inari que habíamos visitado el día anterior, en este caso teníamos que pagar para entrar al recinto. La entrada cuesta 300 yenes, que no es que sea mucho, pero ya hay que pagar. Había mucha gente, eso no es novedoso en una de las atracciones más turísticas de Kioto, ya que es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1994. Sin embargo, cuando llegamos al salón principal, totalmente cubierto de madera, nos dimos cuenta que estaba de obras y eso nos chafó un poquito la estampa. Dentro, al menos nos podíamos refugiar del aguacero, ver gente rezando, sentir el olor a incienso y madera y notar la paz de aquellos que ofrecían sus oraciones. Después de pasar por el salón, salimos afuera donde la lluvia seguía acechando y, según decía Carlos las vistas del monte eran impresionantes. Kiyomizu significa literalmente: agua pura, agua limpia, de ahí que las cascadas que hay en el recinto lleven el nombre de Kiyomizu. 
Carlos con el paraguas sintiendo el agua pura de Kiyomizu

 No obstante, sí que escuché alguna, sí que pasamos por ahí, Carlos vio alguna, pero con el agua que ya nos caía por encima, no era tan agradable el paseo. Dimos una vuelta más, ya que habíamos entrado dentro y merecía la pena, pero si el día, como era nuestro caso, no acompaña no es tan agradable el paseo. Por mucho que lleves paraguas y chubasquero, los pies y los pantalones se te van empapando y hace que la visita no sea tan mágica como lo debe ser en un día soleado. Así que, después de ver un poquito más los alrededores, decidimos abortar e irnos. Estábamos tan helados que queríamos un café calentito. Encontramos una cafetería que tenía muy buena pinta, y sí, realmente el café lo hacían de primera. Eso sí, el  precio también lo fue, pero es que nos dimos cuenta que estábamos en una de esas cafeterías con historia, ya que nos dieron un librito en inglés, en el que explicaba cuándo se había inaugurado. De hecho cuando Carlos fue a pagar le enseñaron la máquina registradora, que estaba ahí y funcionaba, desde que la  habían inaugurado, de aquellas antiguas, de principios del Siglo XX. 

Más tarde, algo más templados con el café, nos armamos de valor y pensamos que la lluvia no nos iba a arruinar nuestros planes. Fuimos en búsqueda de un autobús que nos llevase hasta el Pabellón Dorado o Kinkakuji. El autobús que mejor nos iba era el 205, aunque sabíamos que teníamos un buen rato, casi 45 minutos. Al menos en el autobús no nos mojábamos. Intentamos mirar a ver si había posibilidad de ir en metro, pero nos dimos cuenta que era mucho mejor el autobús. En Kioto, a pesar de que sí que hay metro, no es tan utilizado como el bus. Al llegar, antes de ir al Pabellón, buscamos algo para comer. Un restaurante, cafetería, algo pequeño, nos sirvió para pedir un ramen y calentarnos. De ahí fuimos al Pabellón que también había que pagar 400 yenes. Pagamos y entramos, solamente entrar ya había mucha gente haciendo fotos, incluidos nosotros, ya que de lejos se veía el Pabellón dorado. Seguimos caminando hasta estar más cerca, a mí me hubiera gustado tocarlo, pero no se podía tocar, ni siquiera entrar, pero si pasear por los alrededores. A mí me pareció ver algo, pero estaba algo lejos, ya que el edificio de tres plantas está separado del camino por un estanque. Debe ser una estampa muy bonita, con el
agua que se refleja en el edificio. 
Pabellón dorado y el estanqueSin embargo, el día no acompañaba, y sin Sol ese edificio pierde mucho, porque está recubierto de pan de oro, y con un día iluminado debe brillar mucho, pero no era el caso. Cuando no es un día despejado, la estampa no es la misma, porque pierde mucho. El brillo del edificio quedó empañado por la lluvia. Nos quedamos un buen rato haciéndonos fotos delante del Pabellón, aunque como digo, me hubiera gustado tocarlo, pensé que se podría visitar por dentro, pero no fue el caso. Visitamos los alrededores, paseando por el camino de gravilla que había, pasando por pequeños puentes de madera y haciendo como que la lluvia no nos afectaba, pero nos iba calando. Así que, se puede decir que fue una visita breve. De ahí volvimos al autobús, porque teníamos un buen trecho hasta el hotel.
Ese día estábamos tan cansados y aplacados por la meteorología que cenamos en el alojamiento. De camino a casa compramos unas sopas instantáneas, y algo más y nos lo comimos en la mesa que teníamos en la habitación. Teníamos que aprovechar que el alojamiento contaba con microondas y con una buena mesa con sillas para comer.

Día 3 en Kioto: Arashiyama 

No podíamos creerlo, nos despertamos y seguía lloviendo a cántaros. Incluso por la noche me había despertado en algún momento el sonido del agua, no paraba de llover, parecía que no iba a parar nunca. Ese día teníamos programado ir a Arashiyama. Tuvimos que ir en autobús, un gran recorrido, dentro vimos que había más turistas como nosotros, así que nos imaginamos que era el correcto.

La primera parada fue ir a visitar el Parque de monos, Itawayama.  Desde la parada del autobús tuvimos que caminar un poquito, pero nada que seguir a los turistas y fiarnos de Google Maps no pudiera solucionar. Al llegar a la entrada tuvimos que pagar para entrar. Pagamos a gusto, ya que a Carlos le hacía mucha ilusión ver a los monos en libertad, así que 400 yenes no era nada comparado con su ilusión. Entramos con paraguas y chubasquero, ya que la lluvia no cesaba, a pesar de que los inmensos árboles del parque aplacaban un poco el goteo. Sin embargo, nos dimos cuenta de que no era un camino fácil, ya que estaba repleto de escaleras, con barandilla, pero al fin y al cabo no eran 20 escalones, eran mucho más y el cansancio de los días anteriores se iba notando. Era muy bonito pasear por el bosque, pero con la climatología en nuestra contra, mis dificultades para subir las escaleras y las agujetas de los días anteriores, se hacía un poco pesado. Intentamos disfrutar del camino, pero parecía que todo se pusiera en nuestra contra. Finalmente después de más de 20 minutos, o al menos a mí me pareció eterno el recorrido, llegamos a la colina, donde había una casa de madera. Nuestras caras cambiaron al ver lo que
Mono en libertad a cuatro patas que parece un perro
yo pensaba que eran perros, ya que andaban a cuatro patas, monos en libertad, paseando al lado nuestro. Había bastantes normas: No darles de comer, no tocarles, no hacer fotografías- aunque todo el mundo, incluidos nosotros, les hacían-. Dentro de la caseta de madera, era como si nosotros estuviéramos dentro de una jaula y viéramos a los monos que estaban fuera, ahí por 1 yen, menos de un euro, podías comprar algo de comida, para darles. Solamente podías darles de comer dentro de la caseta, imagino que lo hacen, para controlar qué comen, y para que no se peleen entre ellos si se lo das fuera. Fue muy gracioso darles de comer, porque con sus garras y con todo el cuidado del mundo, te cogían solamente el cacahuete que le ofrecías. Afuera todo un panorama ver a los monos en libertad, paseando como si tal cosa, sin miedo, a los monos. De hecho, incluso al llegar a la cima, parecía que la lluvia había disminuido. Estuvimos un rato en ese entorno, sintiéndonos un mono más, incluso nos hicimos alguna foto en un cartel de esos que están dibujados y dejan un hueco, para que pongas tu cabeza, ahí le hice una foto a mi mono favorito, Carlos. 

Carlos haciendo el mono con un cartel en el que aparece su cara y  justo  hay un mono que pasa por ahí

Después de hacer miles de fotos, del paisaje, de los monos, de nosotros y de todo lo que vimos, empezamos a descender. A mí me cuesta mucho más bajar que subir, ya sé que puede parecer contradictorio, ya que subir siempre cansa mucho más, pero si no ves, tienes que ir con mucho más cuidadito a la hora de bajar, y si el suelo está resbaladizo, ya ni te cuento.

Afortunadamente llegamos a la entrada, para salir del parque de monos. Como siempre digo, cuanto más cuesta algo, mayor es el saboreo de la victoria, y esa excursión que tanto me había costado subir y descender, había merecido mucho la pena, porque no solamente disfrutó Carlos, sino que los dos disfrutamos como monos viéndoles. De ahí nos fuimos a comer, casi que fuimos al primer lugar que encontramos, porque se puso, una vez más, a llover con gran fuerza. El restaurante elegido, a pesar de ser la primera elección, fue más que acertado. Un menú en el que incluían un poquito de todo, sopa, pollo, té, agua, arroz. La sopa, yakisoba, nos entró de maravilla. Todo lo demás también, pero imaginaros después de un día pasado por agua lo que más no apetecía era algo calentito. Al lado nuestro había una pareja de españoles, y ya se sabe, el idioma nos unió. Nos contaron que estaban haciendo una ruta por Japón, ya que estaban de Luna de Miel. Nos hizo gracia encontrarnos a otros españoles en un lugar tan recóndito.

Después de comer y armarnos de valor, me volví a vestir con mi chubasquero, ya que seguía lloviendo. Mi chubasquero, si está plegado no ocupa, ni pesa nada, ya que es ideal para viajar. Sin embargo, estéticamente no es que quede muy bien, como veréis en las fotografías, parezco un preservativo andante,  ya que es de plástico transparente, con su gorro y muy ancho, al estilo poncho, pero con mangas. De todas maneras, apliqué el dicho de: “Ande yo caliente, ríase la gente” porque aunque no me quedase muy bien, no me iba mojando del todo, y al ser tan ancho, como una capa, me servía para proteger un poco la mochila. El paraguas, por muy grande que fuera, nunca cubre del todo, así que fue una buena idea llevar el chubasquero. 

De ahí, protegidos, para lo que ya era una tormenta, nos fuimos al Bosque de
Carlos con el paraguas en el bosque de bambú
Bambú. Estaba cerca del restaurante, así que en pocos minutos ya estábamos rodeados de bambú, cañas muy altas, que pude tocar y que flanqueaban nuestro camino. El bosque por la altura de árboles, y, sobre todo, del bambú, era algo sombrío, pero en algunos tramos eran aliados nuestros y nos resguardaban del aguacero. Lo visitamos algo rápido,  ya que si el tiempo nos hubiera acompañado, quizás nos podríamos haber recreado un poco más en el recorrido. 
Pili tocando caña de Bambú

Google Maps nos indició que podíamos volver a nuestro alojamiento yendo en tren, así que hicimos caso a la aplicación de Google. Además con el Japan Rail Pass no teníamos que pagar el trayecto. Nos dimos cuenta que en el tren había algunos niños, todos con sus uniformes y otros japoneses ya medio dormidos. En poco rato ya estábamos en la estación de Kioto. Pasamos un puente y vimos como si fuera un faro la torre de Kioto iluminada. Fuimos al hotel, para hacer una pausa en el camino y cambiarnos de ropa, ya que los pantalones estaban empapados. Después salimos para ir al centro y ver tiendas, necesitaba fuera como fuese un abrigo que me protegiese un poquito más de la climatología del lugar. En el centro comercial escuchamos a más españoles, ya que se nos nota cuando estamos. Creo que todos estábamos en esa tienda de topa con el mismo objetivo, buscar un anorak que nos salvaguardase del mal tiempo. Encontré un abrigo que no era una ganga, pero que me encantó y que serviría como recuerdo, para el viaje y para todo el año. No dejaría de llevar el chubasquero, o un poquito más sí, pero también iría más abrigada, ya que quise ser tan optimista con el tiempo que no me llevé ninguno al viaje, y ya estábamos casi en noviembre.

Con mi abrigo nuevo que estrené al momento. Fuimos a cenar, ya que para mi alegría volvimos a encontrar un Coco en Kioto.   

Plato de Curry en Restaurante Coco


Así que rematamos la última noche en Kioto con curry y encima cerquita de nuestra Guest House. Nos daba mucha pena dejar Kioto, porque nos había encantado, aunque la climatología se hubiera confabulado en arruinarnos los días. Sin embargo, a pesar de la mala suerte con el tiempo, nos quedamos con un buen sabor de Kioto. La gente resultó ser mucho más amable que en Tokio, y con esto no quiero decir que en Tokio no lo fuesen, pero hay que pensar que Kioto es más pequeño, es más tradicional y puede hasta resultar como un pequeño pueblo, aunque no lo sea. Las casas, los templos, los santuarios te transportaban a un Japón más antiguo, en el que la tradición está muy presente. Nos faltaron muchos rincones que visitar como el Pabellón de Plata o Ginkakuji, entre otros muchos lugares, pero siempre hay que dejar algo para volver. No lo hicimos con la intención de volver, pero, como digo el tiempo no acompañaba, y, a pesar de que en tres días se pueden visitar muchos más sitios de los que visitamos, tampoco nos gusta ir con prisas, sino saboreando cada rincón.


Al día siguiente teníamos que abandonar el River East Nanajo, antes de salir, nos despedimos de la simpática recepcionista. Ella se disculpó, como si fuera culpa suya, del mal tiempo, incluso dijo que no era habitual en esa época del año, pero que se estaba acercando un tifón. Me quedé alucinada con la palabra tifón, quise no haberlo entendido bien. Salimos con nuestras maletas, mochilas y paraguas a esperar un taxi. Ahora tocaba ir a la estación de tren, utilizar el JRP y aparecer en Osaka. La aventura continuaba.     

De momento os dejamos con el vídeo recopilación de Kioto que hemos preparado. Esperamos que os guste. 


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