domingo, 11 de febrero de 2018

Retomando la aventura japonesa: 3ª parada: Osaka



REANUDANDO LA RUTA POR JAPÓN

¡Por fin! retomó una entrada que tenía pendiente, y es que, a pesar del tiempo transcurrido, las memorias sobre nuestro viaje a Japón y Corea del Sur no han terminado. Y, aunque, reconozco que me hubiera gustado tenerlas listas en un tiempo menor, a veces el día a día y los horarios lo complican un poquito más todo, además de que el hecho de ir dejándolo rompe el ritmo, también cuesta más hacer un ejercicio de memoria.
Sin embargo, a pesar de todos los impedimentos, no voy a dejar de relatar nuestras aventuras asiáticas.
Así que, después de Kioto retomamos la odisea japonesa con nuestra tercera parte: ¡arrancamos!  


NUESTRA TERCERA PARADA EN JAPÓN: 2 DÍAS EN OSAKA

El día 17 de octubre viajamos de Kioto a Osaka en el shinkansen, tren bala, y en un momento llegamos: no tardamos ni una hora. Cuando llegamos a Osaka, casi no nos lo podíamos creer, no llovía. Así que, como el hotel estaba más o
Pili en la puerta del hotel con las maletas
menos cerca de la estación, a pesar de ir cargados con las maletas, nos aventuramos a ir caminando al hotel. En este caso el alojamiento elegido fue Hotel Shin Osaka, seleccionamos este hotel por la cercanía de la estación de tren, como en casi todos nuestros destinos. Cuando llegamos, en la recepción nos dijeron que no podíamos ir a la habitación, aún no era la hora del check-in, así que decidimos dejar el equipaje, que nos lo guardasen, y ponernos en marcha, para aprovechar el día sin lluvia en Osaka.



Nuestra primera parada teníamos claro que iba a ser visitar el Castillo de Osaka. No estaba realmente cerca, así que tuvimos que ir al metro y al bajar del metro, parecía una zona con muchos edificios altos, poca gente y nada de castillo a la vista. Pensamos que nos habríamos equivocado de parada, pero el google maps no se suele equivocar, y así era, solamente teníamos que caminar un poquito y, en seguida empezamos a ver gente haciéndose fotos, y a lo lejos Carlos ya divisó lo que sería el castillo. 

Carlos y Pili en unas escaleras y con el Castillo de fondo


Tuvimos que subir unas cuantas escaleras, y a cada rato nos íbamos parando para hacer fotos y contemplar las vistas. Una vez llegamos a la puerta principal, no sabíamos si entrar o no , pero una vez estás allí, tienes que entrar. A pesar de que tienes que pagar, pero tampoco nos parecía tan caro: 600 yenes.  Nada más entrar, entre el calor que llevábamos y la cantidad de gente que había dentro, tuvimos que arreglárnoslas para despojarnos de nuestras chaquetas, suerte de ir a cuestas con la mochila, que puede hacer milagros. Había ascensor, pero era para gente que lo necesitaba, así que fuimos por las escaleras, subiendo todos los pisos. En cada planta había una explicación histórica sobre el castillo. Sin embargo, al ser un castillo pensábamos que sería un museo al estilo de antigüedades, esa preconcepción fue omitir que estábamos en Japón y que ahí, la tecnología es la reina, así que había multitud de recursos multimedia, como pantallas en los que había vídeos, reconstrucciones, etc. En ese sentido nos llevamos un poco de desilusión, porque por muchas reconstrucciones por ordenador que puedan hacer, lo bonito es ver los tesoros que guardaba el castillo. Además, en algunos pisos entre el inglés y el japonés no nos enterábamos mucho, por muchos dibujos que hubiera, por mucho que me lo contase Carlos, a mí lo que me gusta de un museo es que sea interactivo y, sobre todo que se pueda toquitear.

Cuando llegamos al último piso, el octavo, había un balcón, desde donde se podían divisar muy buenas vistas de Osaka, y, sobre todo, notar el fresquito. Dimos una vuelta alrededor del estrecho balcón, y en cada punto, habían un cartel con lo que se podía ver desde ahí, Carlos me lo iba leyendo y me decía si lo veía o no .  Después entramos y compramos un suvenir, que poco tenía que ver con el Castillo, pero que nos hizo mucha gracia, porque debe ser muy típico de ahí, ya que pudimos notar que mucha gente los compraba y los llevaba colgados como si fueran amuletos, y no es otra cosa que unos cascabeles. Compramos unos cascabelitos de gato, los dos iguales, para ponerlos en  nuestras mochilas, así si Carlos se alejaba yo sabría donde estaba. Lo malo que nos duraron poquito, no pasaron de Osaka, ya que no tenían un enganche apropiado para llevarlos en la mochila, bueno, ni en ninguna parte, solamente era un hilo al que tenías que hacerle un nudo, así que, como comprenderéis no duró mucho.

Al salir del castillo, un poco decepcionados por lo que había dentro, casi que es más bonito por fuera y sus alrededores que lo que hay dentro, nos encontramos en un parque del que no sabíamos salir. Google maps dentro de un recinto se vuelve un poco loco, y no había manera de encontrar la salida a la calle, así que creo que recorrimos todo el parque hasta encontrar la puerta que nos llevaba a la calle. Si no hubiéramos tenido hambre, si hubiera sido más pronto, no nos  hubiera importado quedarnos un poquito más por el parque y sus alrededores, ya que también visitamos sin querer un templo que había cerca del parque, pero el hambre acechaba y necesitábamos salir de ahí, para saciar nuestro hambre. 


Selfie de Carlos, Pili y el Castillo de Osaka desde el parque



Una vez salimos del parque, nos entró ganas de comer en un Mc Donald, sé que estábamos en Japón y lo normal es ir a un restaurante típico japonés o envolvernos en la gastronomía japonesa, sin embargo, y no preguntéis el porqué, nos apetecía probar un restaurante de esos de comida rápida, para ver qué tal era en Japón. Según el marketing en cada país es diferente y hace gracia ver cómo es en cada sitio y qué especialidad tienen. Google Maps marcaba que estaba cerca, pero eso de cerca y lejos a veces es muy relativo, cuando caminas por calles que no conoces, cuando lo único que te acompaña en una ciudad es el tráfico, que a cada paso te va contaminando y parece que no llegues al destino. Finalmente llegamos a un Mc Donald, nos sorprendió lo  pequeño que era, pero tenía otro piso y arriba era mucho más grande, tampoco exagerado, pero teníamos sitio para estar sentados y degustar nuestra hamburguesa de teriyaki. Como me imaginaba tenían su propia especialidad y en este caso fue la hamburguesa teriyaki, con una salsa peculiar, que hacía que estuviéramos en un restaurante de comida rápida y que puedes encontrar en todo el mundo, pero con una hamburguesa que no es típica en todas partes. Lo que más me sorprendió es que no pudiéramos elegir tamaño del menú, había el estándar y ya está, ni menú grande, ni gigante, ni nada por el estilo, eso es lo que había. Quizás por ello, por la buena gastronomía que tienen y porque no abusan de las cantidades no hay tanta obesidad como ocurre en otros países.  

Después de descansar y degustar una hamburguesa, sin destino claro, nos pusimos a caminar y a callejear. Teníamos que aprovechar que aún no se había hecho de noche, para caminar, sin rumbo, pero al fin y al cabo caminar por las calles de Osaka. Nuestro primer objetivo fue buscar una cafetería, para mantenernos más despiertos, sin embargo, la elección no me gustó mucho. Era una cafetería, en la que había zona de fumadores, pero yo, según me dijo Carlos, era la única mujer del establecimiento, además, como he dicho en ocasiones, soy fumadora rara, y el hecho de que el lugar no estuviera bien ventilado no me gustaba, porque no era agobiante, pero no había buena ventilación y cuando eso ocurre, parece que te fumes tu cigarro y el del resto. Fuese como fuese, eso solamente fue una parada, para centrarnos y ver hacia dónde nos dirigíamos. Pensamos en ir caminando al hotel, aunque tuviéramos más de una hora caminando, no teníamos otro objetivo,  y lo bueno, de hacer turismo o visitar un país sin prisas, es que las horas del reloj no tienen importancia y te da la libertad de hacer lo que quieras.

Así que caminamos con el GPS activado, pero sin saber exactamente por dónde pasábamos, hasta que llegamos a una zona comercial con tiendas de esas que tanto le gustan a Carlos. Sin darnos cuenta, habíamos llegado a Namba, a un barrio muy concurrido y donde puedes encontrar de todo, pero, sobre todo: estábamos en una de esas calles que salías de una tienda de muñecos de anime y te encontrabas al lado otra casi  igual. Para Carlos fue el paraíso y descubrió muñecos de One Piece a mucho mejor precio que los que había visto en Akihabara en Tokio . Así que no lo dudo, y se compró varios. Entramos en todas o en casi todas las tiendas, en alguna de ellas, tenían a todos los personajes de un anime que veía cuando era pequeña que era Arale, pero no me compré ninguno, porque después son pongos que no sé qué hacer con ellos, y no es que fueran baratos precisamente.

Seguimos caminando y Carlos con la mochila cargada y más contento que unas castañuelas llegamos al hotel, lo habíamos logrado, todo el día danzando de un día para otro y ya podíamos subir a nuestra habitación. El hotel era peculiar, porque resulta que en algunas habitaciones se podía fumar, en la nuestra no, pero en los pasillos olía a tabaco y a rancio. Por suerte, la habitación era más amplia que en Tokio, pero el lavabo, que para el cual tenías que subir un escalón, era bastante pequeño, nunca llegando al extremo que lo que habíamos tenido en Tokio, pero era pequeño. En cambio las camas eran inmensas, como dos de matrimonio y tenían el detalle, como en todos los demás, de darte un kimono como pijama y unas zapatillas. Todo un detalle.


No quisimos pasar mucho rato en la habitación, queríamos ver más y sobre todo salir a cenar. Al llegar al hotel de camino habíamos visto uno de esos restaurantes en los que aparecen los platos en el escaparate y no tenía mala pinta, nuestra sorpresa fue que estaba cerrado. Sabemos que no suelen tener el mismo horario que tenemos en España para comer, pero tampoco estamos hablando que fueran las once de la noche, simplemente debían ser las nueve, una hora más que razonable para cenar, pero nos quedamos con las ganas de cenar ahí.

Así que, como habíamos leído que allí era muy típico el Okonomiyaki, quisimos ir a probarlo. El okonomiyaki es una especie de tortilla que le echan un poquito de todo, una tortilla francesa, elaborada en plancha y que según la que elijas te puedes encontrar  que lleve marisco, pollo, cerdo o un poquito de todo. Muy cerca del hotel, encontramos muchos restaurantes, casi escondidos del tráfico, como si fueran tesoros gastronómicos, encontramos uno que nos llamó la atención, ya que se llamaba Okonomiyaki, o al menos lo ponía por ahí, así que, sin dudarlo entramos. Era un restaurante estrecho, con muchos taburetes en la barra, pero más al fondo, donde nos dirigían había mesas. Sin embargo, nos colocaron en unos taburetes, delante teníamos una plancha, y enfrente nuestro elaboraban las comidas. En primera fila del espectáculo gastronómico. Me hace gracia que en los restaurantes, debajo del taburete o la silla, normalmente encontrábamos cajas o cestas, para dejar nuestras pertenencias. Así que, ahí coloqué mi abrigo y mi bolso. 
Había una carta bastante extensa, pero sin dibujos, la cual cosa dificultaba que pedirnos, aunque sí que estaba en inglés. De todas maneras, se notaba un lugar muy auténtico, al estilo izakaya, taberna, y según dijo Carlos, éramos los únicos occidentales del establecimiento. Teníamos que arriesgarnos y probar, ya que nos dimos cuenta enseguida que no tenían mucha idea de inglés, ya que a la hora de pedir la bebida, preguntamos qué era el Spirit wáter, y el camarero tuvo que hacer que viniera un cocinero, que resultaba que debía tener más idea de inglés, pero nos dijo que era una especie de bebida japonesa, así que nos hizo gracia y la pedimos. Nuestra sorpresa fue que eso no era agua, ni coca-cola como nos habían dicho, eso era Whisky con agua, además servido en vaso de tubo, como si fuera un cubata. Nos entró una risa tremenda al descubrir que íbamos a cenar una especie de tortilla con whisky,, y eso que a mí esa bebida no me gusta mucho, pero no podíamos devolverla, suerte que estaba rebajado con agua, y como hay que probar de todo, pues adelante.
En el restaurante se podía fumar en todas partes, no es que hubiera zona de fumadores y no fumadores, se podía fumar en  todo el establecimiento. La cual cosa la aprovechamos, aunque nos sabía mal fumar al lado de la cocina, pero debía ser lo más normal del mundo allí, ya que los de al lado también lo hacían. Se notaba que era una taberna, entre que servían bebidas con alcohol, se podía fumar y estábamos en taburetes, era todo muy auténtico. Cuando nos sirvieron el okonomiyaki, no sabíamos ni qué habíamos pedido, no sabíamos de qué eran. Nos la pusieron en la plancha, pero no sabíamos qué debíamos hacer, porque era la primera vez que lo probamos. A Carlos le dio la sensación que teníamos que esperar a que se hiciera un poco más, y darle la vuelta con una espátula que nos habían dejado. Ese experimento estaba buenísimo, pero llenaba que da gusto. Carlos se había pedido una con pulpo y en general con marisco, yo fui más tradicional y me pedí una con cerdo y queso. Fuimos probando de las dos, pero me gustó mucho más la mía, de hecho yo me la terminé y Carlos no, y no porque no le gustase, si no por lo que llenaba. 


Pili en la puerta del restaurante

Con el estómago lleno nos fuimos a dormir, al día siguiente teníamos que madrugar, ya que íbamos a un parque de atracciones. De hecho habíamos elegido pasar noche en Osaka, solamente por el objetivo de ir al parque un poco más descansados.

Segundo día en Osaka: Universal Studios Japan

Por la mañana lo primero que hicimos fue ir a desayunar, a un lugar  que estaba enfrente del hotel y que tenía  buena pinta, cada mañana lo veíamos y teníamos ganas de probarlo  no sabíamos ni cómo se llamaba porque los caracteres eran en japonés, lo único que entendíamos era cafetería y creíamos que era una buena opción para desayunar.  
La cafetería fue un buen acierto, a pesar de que ni sabían hablar inglés, ni casi sabíamos dónde estábamos, tenían las cartas en inglés, y nos dimos un buen homenaje para empezar el día. Un desayuno con huevos fritos, además podíamos repetir la bebida todas las veces que quisiéramos, siempre y cuando te levantases a rellenar el vaso. Y tuve la gran suerte de sentarme en una mesa que tenía cubiertos.
Con  energía y con ganas nos fuimos al metro, concretamente a la estación con el nombre más largo que he escuchado nunca,  Nishinakajima Minami-gata Station

Estación con nombre muy largo: Nishinakajima Minami-gata Station
De ahí tuvimos que hacer transbordo en Osaka Station y de ahí esperar un metro que ya  iba directo a Universal Studios. Alucinamos con la cantidad de gente que iba al mismo destino, la mayoría gente joven, adolescentes, pero no muchos extranjeros, aunque alguna voz con nuestro idioma nos pareció escuchar. Suerte que pudimos viajar con el JRP y no tuvimos que hacer tanta cola para salir de la estación, ya que hacíamos otra cola, para salir con el Japan Rail Pass.  Una vez allí, empezamos a ver hoteles, restaurantes, y tiendas, todo esto antes de llegar a las taquillas. Las taquillas costaba divisarlas, por la cantidad de colas que había. M esentí como cuando habíamos ido alguna vez a Port Aventura. Después de esperar un rato, pudimos comprar nuestras entradas, fue  un precio que picaba en el bolsillo, no sé si al cambio eran 75 euros, un precio bastante desorbitado, pero que no nos sorprendió, porque ya lo sabíamos y ya íbamos predispuestos a gastar  esa cantidad de dinero.  Sin embargo, realmente, aunque lo sepas, me parece caro, pero ya se saber que los parques temáticos, precisamente baratos no lo son. Este Universal Studios  fue construido en Japón en 2001 y es uno de los más visitados en Japón, sobre todo  desde que en 2014 inauguraron la nueva área destinada a Harry Potter, con el castillo de Hogwarts. 
Carlos y Pili con la popular bola de Universal Studios en la entrada


Una vez dentro, a pesar de llevar un mapa del parque temático, no sabíamos ni por dónde empezar.  Había tantas áreas, que nos dejamos llevar. Alucinábamos con todo, desde los personajes, personas como tú y como yo que iban ambientados para la ocasión, disfrazados de Minion, Super Mario o Snoopy. Suponemos que ya venían vestidos de sus casas así, lo bueno, es que cada uno iba vestido como le daba la gana, sin que nadie dijera nada, a nosotros nos hacía gracia, pero era divertido. También había multitud de tiendas, desde una que vendían gorros gigantescos, ya fuera de Snoopy, Spiderman u otro personaje, como de peluches. No compramos nada, porque debemos ser unos sosos, y porque eran precios demasiado elevados, para algo que probablemente casi ni nos pondremos. 




Pili sonriente con gorro de Minion

A la primera atracción que fuimos fue a Terminator, a Carlos le hizo gracia, ir a la atracción de la película de Schwarzenegger. A mí no me hizo tanta gracia: primero colas para entrar, después un monólogo en japonés que si aún hubiéramos dominado el idioma, aún hubiera estado bien, y después nos sentamos en unos asientos, para ver una especie de espectáculo combinado con pantallas, la cual cosa hacía que me perdiera mucho. El  idioma y las pantallas fue un gran hándicap a la hora de disfrutar por completo de la atracción. Lo único que noté es que hubo un momento que los asientos se movían, pero no sabías por qué, y aunque Carlos hacía esfuerzo por explicármelo, creo que él, a pesar de haber visto qué ocurría, tampoco se enteraba mucho, porque nos habíamos perdido los diálogos. Aunque no fue lo único que perdí, al salir de la atracción me dí cuenta que mi cascabel ya no estaba en una de las cremalleras de mi mochila. Me dí cuenta un poco más tarde, y por muchos esfuerzos que hicimos para recuperar un mini cascabel, volviendo a los lugares en los que habíamos estado y Carlos mirando por todo el suelo, no hubo manera de encontrarlo. Así que, de momento solamente quedaba el cascabel que llevaba Carlos en su mochila.  

Recorrimos todo el parque, vimos casi todas las atracciones, pero había algunas que por la temporada en la que fuimos o no sabemos exactamente el porqué estaban sin servicio, como fue el caso de una montaña rusa, que tenía muy buena pinta, y estaba en el área de Jurassic Park. Nos quedamos con las ganas y no entendíamos el porqué de que no estuviera en funcionamiento. Justo en esa área vimos un espectáculo de dinosaurios amenizado con la música de la película de Jurassic Park.   


Carlos con el coche de Jurassic Park

Carlos en Hogwarts
En la zona de Harry Potter, en el que se encontraba la escuela de Hogwarts, era

increíble la cantidad de gente que había, creo que era en la zona donde más personas había por todas partes. Entramos en algunas tiendas en las que llegaban a vender desde búhos, hasta trajes de Harry Potter. En esa área probamos la popular cerveza mágica, una cerveza de mantequilla, apta para todos los públicos, ya que no lleva alcohol. Es una bebida que tiene un gusto, a nuestro parecer, demasiado dulce. Nos la bebimos sentados y contemplando el espectáculo de personas viniendo y yendo y con trajes de todo tipo, ya en sí estar dentro del parque era todo un espectáculo. Reconozco que nos costó terminarnos la bebida, ya que era demasiado empalagosa.   
Butter Beer: Cerveza de Harry Potter


Vimos también un desfile de carrozas con personajes del parque, como Snoopy que, realmente no sé qué pintaba en el parque, pero tiene su propia área, dedicada más para niños pequeños. Ese espectáculo lleno de carrozas y público a los lados, estaba amenizado con música que estaba a un volumen bastante alto, nos sorprendió que la música fuera española, aunque realmente no conocíamos esa canción.

Después de recorrer todo el parque, a pesar de que no estábamos con ánimos de subirnos a ninguna otra atracción, quizás por la decepción de la primera, quizás por las horas de colas que había en cada una de ellas, fuera por lo que fuese, no volvimos a subir en ninguna otra. Llegaba la hora de comer, y después de visitar algunos chiringuitos, también repletos de gente esperando a que les atendieran, optamos  por comer fuera del parque, sin tantas esperas y mucho más barato.  Nos dimos cuenta que ya somos mayores, a pesar de que no hay edad para los parques temáticos, pero no lo disfrutamos como niños. Nos cansan las esperas, la impaciencia se adueña de nosotros y optamos por no disfrutar cómo se merecía el parque. Puede que fuéramos con las expectativas demasiado altas y, quizás, por ello nos desilusionó más que otra cosa.

Fuera del parque, como he dicho estaba repleto de: tiendas, restaurantes y hoteles, elegimos uno que tenía menú. Comimos  unos tallarines con algo de carne y nos pusimos en marcha. Fuimos al metro, y ya que estábamos decidimos que aún era pronto para retirarnos al hotel. Así que nos bajamos en el centro y visitamos el barrio de Dotonbori: un paseo comercial, repleto de luces, sonido, tiendas y gente por todas partes. Quisimos ver el famoso cartel luminoso de Glico man. Este cartel de luces de neón, es un cartel publicitario, en el que sale un atleta corriendo los 300 metros, es famoso porque lleva en el barrio desde 1935, y se ha convertido en todo un símbolo de Osaka. Este cartel publicitario, no solamente por su antigüedad y sus luces de neón, sino porque no es solo un cartel publicitario más, sino que anuncia un local de alimentación llamada Ezaki Glico. Sabíamos que no éramos los únicos que buscábamos ver esa publicidad de luces de neón, ya que más turistas en la avenida iban mirando todos los carteles en búsqueda del más popular. 


Carlos haciendo de Glico Man con carteles publicitarios y luminosos detrás


A pesar de que vimos  muchos establecimientos, donde no hubiera estado mal hacer la última cena en Osaka, no teníamos mucho hambre. Habíamos comido tarde, y comer por comer, a pesar de que sea uno de nuestros placeres, lo dejamos para más tarde. Optamos por ir al hotel y descansar, teníamos que preparar la maleta, al día siguiente volvíamos a coger el tren hacia otro destino. Sin embargo, después de estar un rato haciendo el puzle en la maleta, ya que, a veces, aunque saques un par de cosas, después ya no encaja todo tan bien. Nos entró un poco de hambre y fuimos al único sitio que teníamos cerca y estaba abierto, una convenience store, una de esas tiendas que están casi 24 horas abiertas y puedes encontrar casi de todo. Además preparaban algo de comida, y nos pedimos unos pinchos de carne con verdura. No mucho, pero era para engañar el estómago. 

Al día siguiente, abandonamos el hotel, y volvía a llover. Parecía que la lluvia quería ser nuestra compañera de viaje, así que antes de coger ningún tren, preferimos tomarlo con calma e ir a desayunar al mismo restaurante que habíamos ido el día anterior. Esa cafetería al estilo americano tenía encanto, porque tenía algo en lo que no nos habíamos fijado antes. En todas las mesas había unos botones, uno era para llamar al camarero siempre que lo necesitases, como, por ejemplo: una vez ya supieras que querías pedir, y otro botón era para la cuenta, no te traían la cuenta a la mesa, tenías que ir al mostrador a pagar, pero al darle al botón ya te la tenían preparada. Un buen sistema y algo atípico que no habíamos visto antes. Estando en el restaurante desayunando, quisimos comprobar la ruta a seguir con el GPS, y nos dimos cuenta que nos habíamos quedado sin datos en el Pocket Wifi. No podíamos creerlo, aún nos quedaban unos días por Japón y habíamos excedido los gigas que teníamos. No sabíamos cómo sería a partir de ahora nuestra aventura, pero la verdad es que no lo entendíamos cómo había podido ocurrir. Con mochilas, maletas, paraguas y acompañados de la incertidumbre de ir sin Internet nos fuimos a la calle a por un taxi. La estación estaba cerca, de hecho para ir al hotel habíamos hecho el trayecto a pie, pero ahora con la lluvia era otro cantar. En un momento, menos de diez minutos llegamos a la estación de tren de Shin Osaka. Tocaba volver a sacar los pases del JRP y volver a uno de los mejores transportes que hemos conocido: Shinkansen. El tren bala nos llevaría al siguiente destino. Un lugar, que ya avanzo, nos sorprendió gratamente y  nos dio mucha paz. 




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