jueves, 12 de abril de 2018

Despidiéndonos de Japón: último destino


NUESTROS ÚLTIMOS DÍAS EN EL PAÍS DEL SOL NACIENTE


Cuando sabes que la despedida es cercana, cuando sabes que lo bueno está por decir adiós, es el momento de sacar fuerzas de donde no las hay, para exprimir al 100% todos los minutos. Con el tiempo quedará el recuerdo, no solamente de esos últimos días, sino del viaje en global. Una de las aventuras asiáticas, la de Japón empezaba a decirnos adiós, o más bien, nosotros empezábamos a darnos cuenta que ya solamente quedaban horas allí. Y, aunque, tenemos la idea de volver algún día, no sabemos cuándo volveremos, así que era el momento de, a pesar del cansancio acumulado, disfrutar al máximo de aquel país. 

ÚLTIMA NOCHE EN HIROSHIMA
Después de nuestra escapada a Miyajima, volvimos a pasar nuestra última noche en Hiroshima. Para volver rehicimos el camino, volviendo a coger el ferry (gratuito con el JRP) y cogiendo de nuevo el tranvía que nos dejaría cerca de nuestro alojamiento. Cuando volvimos estábamos cansados, pero aún no era tan tarde como para preparar el futón e irnos a descansar, además debíamos cenar algo, que después de un día de excursión nos merecíamos llenar el estómago. Con el wifi del Ryokan buscamos algún sitio cercano, que no estuviera mal, además nos apetecía uno de los manjares más típicos de la zona: Okonomiyaki.

LA ÚLTIMA CENA EN HIROSHIMA
Encontramos un lugar muy chiquitín, en el que solamente estábamos nosotros como comensales. De hecho te sentabas en taburetes, delante tenías una barra con la placa, en el que te servirían el okonomiyaki. Así también podías ver cómo lo preparan delante tuyo, asistiendo a un espectáculo gastronómico. Solamente había una mujer como dueña y cocinera, quien se asustó al vernos, porque no esperaría a nadie. Estaba tras la barra, con la televisión puesta y con una sonrisa muy amable, dispuesta a ofrecernos lo que fuera, aunque no tuviera ni idea de inglés, ni mucho menos de nuestro idioma. No había carta, para ver qué tenían, así que al decirle oknomiyaki, ella señaló a la pared, donde estaba anotado en kanji todo lo que tenían, así que si es como si nos hubiera dicho que eligiéramos un dibujo, porque no teníamos ni idea de lo que había escrito, ni qué significaba nada. Así que, optamos por echarlo a suertes, Carlos señaló dos diferentes, esperando que nos gustase lo que habíamos escogido, pero sin saber qué contenía. Ella asintió y se puso manos a la obra. Carlos también pidió una cerveza japonesa, pero no había manera de que la mujer le entendiera, por mucho que se lo repitiera en inglés, ella no sabía qué le decía, Carlos buscó por todas partes una botella, pero no la encontraba. Al final le pareció ver una y le dijo qué era lo que quería, y ella le trajo dos para elegir, y él eligió una grande. Yo con el vaso de agua fresquita que me había ofrecido nada más entrar, tenía más que suficiente, ya que para comer es lo mejor que hay, y más si no sabes ni lo que vas a comer.

Con parsimonia, pero con ritmo, la mujer empezó a sacar todos los ingredientes que necesitaba. Carlos me iba contando: huevos, verduras, jamón, etc.. Carlos era mi audio descriptor, y así al ver que no había ningún ingrediente peculiar, nos quedamos más tranquilos. Empezamos a ver cómo preparaba todo en la placa que, ya había puesto a calentar, y yo saqué el móvil para grabarle. Sí, mal hecho, sin pedirle permiso, pero tampoco me entendía, y la idea era grabar cómo lo cocinaba. A ella al verme con el móvil le hizo mucha gracia, no se lo tomó a mal, más bien al contrario: se divertía al ver a esa pareja extranjera, atentos a todos sus movimientos.  Nos pareció muy entrañable, porque siempre tenía una sonrisa para nosotros, y, a pesar de la barrera lingüística, hacía gestos para expresarse. Nos hubiera gustado mantener una conversación con ella, pero no había manera, por mucho que lo intentamos.


Después se puso en marcha con el otro okonomiyaki,  y ese sí que nos pareció más raro, ya que llevaban fideos dentro. Más contundente no podía ser. Cuando estuvo listo, se quedó a la espera, para que lo probásemos, y de hecho, como nos había visto con los móviles, le dije a Carlos mediante gestos que me hiciera una foto mientras lo probaba. Nos hizo mucha gracia. Ella me lo había preparado, y no sé si se habría dado cuenta que no veía, supongo que sí, porque con Carlos no lo hizo, pero me había preparado un trozo de okonomiyakk con la paleta, y, sin decirme nada, simplemente como ella podía expresarse, se acercó
Pili probando el okonomiyaki
para acercármelo a la boca, como si fuera una niña pequeña. Ella estaba expectante, pero quemaba, sin embargo: ella quería nuestra aprobación, quería saber si estaba a nuestro gusto. Hasta que no le dijimos un ok, con el pulgar hacia arriba y vio nuestra sonrisas de satisfacción, ella no se quedó tranquila. Una vez nos vio disfrutar de la comida, ella se preparó algo para ella, y se puso a cenar mientras veía la tele. El sitio era muy pequeño, la teníamos enfrente cenando y viendo la televisión, casi como si fuéramos intrusos y nos hubiéramos metido en su casa, pero ella se sentía acompañada y a gusto de nuestra compañía, se le notaba.
Al finalizar la cena, en la que nos quedamos muy llenos, casi no podíamos ni terminar. Pero, cuando nos quedaba poco, ella empezó a rascar con la paleta, y nos lo acercó, para que nos terminásemos todo. No queríamos hacerle ningún feo y como niños buenos nos lo comimos todos, a pesar de acabar muy gordos, pero no queríamos que se lo tomase a mal, además, cabe decir, que estaban buenísimos. Nunca habíamos comido unos okonomiyakis tan ricos, deliciosos y hechos con mucho mimo. Cuando ya nos fuimos quise decirle, a riesgo de que no me entendiera, que éramos de Barcelona, pero no hubo manera de que nos entendiera. Nos hizo gesto de un momento y se fue a buscar algo, yo pensé que un diccionario, pero era una libreta. Pensamos que sería, para que le hiciéramos un dibujo o le escribiéramos lo que decíamos, pero no, nos enseñó páginas anteriores: era como un libro de visitas, en que otros turistas y comensales habían escrito para la mujer. Imagino que después alguien se lo traduciría, y si  no ella estaba súper feliz con su libreta de visitas. Carlos me estuvo leyendo lo que había escrito, casi todo en inglés y también en japonés (en ese caso no pudimos entender nada), todo el mundo destacaba lo bien que se comía y el trato de aquella mujer. Nosotros quisimos dejar nuestra huella escribiendo en nuestro idioma, no es que no supiéramos escribir en inglés, pero nos hizo gracia dejar nuestras palabras en nuestra lengua. Más que nada, por si casualidades de la vida otros españoles acaban en ese mismo rinconcito de Hiroshima, verán que otros como ellos también estuvieron allí.

Salimos muy contentos del establecimiento, no tan solo por lo bien que habíamos comido, sino por el trato de aquella japonesa que nos había tratado como si fuéramos familiares suyos. Sabemos de lo serviciales que son, sabemos que estábamos como clientes, pero no nos trató como simples clientes, si no que quería agradar, sin llegar al agobio y estaba todo el rato atenta. Cuando salimos me hice una foto en la puerta, me hubiera gustado hacerme una con aquella mujer encantadora, pero no quise abusar de su confianza y no se lo dije. Seguramente no se hubiera negado, pero tampoco era plan. 
Pili en la puerta del restaurante


 Nos fuimos a dormir, la jornada había sido totalmente redonda y debíamos reponer fuerzas.  

DE CAMINO AL ÚLTIMO DESTINO DE JAPÓN
Al día siguiente antes de abandonar el alojamiento japonés debíamos preparar de nuevo las maletas. Con las maletas arregladas, otra vez había tocado un Tetris, pero habíamos podido cerrarlas. Hicimos el check-out y nos fuimos a desayunar. De nuevo fuimos al mismo sitio que el día anterior, aunque en esta ocasión había más gente, o nos dio esa sensación, porque entre que el sitio era pequeño e íbamos cargados con las maletas….  Pedí lo mismo que el día anterior, la leche con los cereales,, Carlos se animó y también lo pidió. Sin embargó, vimos que tardaba más de lo habitual. Finalmente se acercó y nos dijo que lo sentía, pero que no tenía leche. No sé por qué había tardado tanto en decirlo. Creemos que es el por pudor que suelen tener los japoneses a no poder ofrecer lo que queremos. Sin embargo, no lo entendimos, porque si nos lo hubiera comunicado antes, antes hubiéramos cambiado de opción, y antes hubiéramos terminado. Finalmente pedimos unas tostadas francesas, que muy bien no sabíamos qué era, pero  era algo para comer. Salimos en varias ocasiones a fumar, en una de las ocasiones que salió Carlos, él también salió y le pidió un cigarro. No tuvo ningún inconveniente en darle uno, pero nos pareció raro. Nuestro desayuno era un bol con trocitos de pan tostados y dulces, algo muy raro, pero que estaba rico. Después del café y cuando nos cobró, me dijo Carlos que nos había hecho descuento, por las molestias ocasionadas. Así que nos despedimos y nos fuimos en dirección a la estación de tren. A lo tonto, entre las maletas, el desayuno y los contratiempos se nos había hecho bastante tarde. Suerte que cogeríamos el tren que viniese, sin presión de horas de billetes y con la ventaja de que en Japón cada cinco minutos tienes la opción de coger el tren.

En la estación optamos por no reservar asientos, así con el JRP íbamos pasando de un lado para otro. Cuando llegamos a nuestra vía de tren, nos pusimos en las áreas que son para personas que no tienen asientos reservados. Al no ser muy temprano, tuvimos suerte y pudimos sentarnos, había sitio de sobra. Nuestro recorrido sería cortito, ya que nos dirigíamos hasta nuestro último destino en Japón: Fukuoka.

EL REENCUENTRO CON YUSUKE
Estábamos emocionados por ir a Fukuoka, no por la ciudad en sí, sino porque allí nos reencontraríamos con Yusuke seis años después de nuestra última vez. Yusuke, ó Whisky, tal y como se presentó la primera vez que lo vimos. A él lo conocimos en nuestra estancia en Dublín. Aquel año, aparte de aprender inglés y vivir en una ciudad extranjera, nos sirvió para conocer a personas de casi todo el mundo. Sí, conocimos a muchos coreanos, japoneses, europeos, excepto a irlandeses, quienes no estaban por la labor de relacionarse con extranjeros que vivían en su ciudad.

Con Yusuke, que no vivía en Fukuoka, sino en una ciudad cercana, habíamos quedado en la estación de tren, ya que él también llegaría en otro tren de cercanías. Quedamos en la puerta principal de la estación de tren. Una vez estuvimos ahí, le escribimos, para preguntarle su ubicación. Nos dijo que en 10 minutos estaría allí. Cuando llegó enseguida, a pesar de los años transcurridos, nos reconocimos. Nos hizo muchísima ilusión y nos hicimos la primera foto de reencuentro en la estación. Nos había traído un detalle de su ciudad natal, eran unos dulces envueltos con esmero y que deseaba que nos gustasen y aguantasen hasta nuestra llegada a España. Después del jolgorio por vernos de nuevo. Decidimos qué hacer. Cabe decir, que para no variar en nuestra estancia por Japón, estaba lloviendo de nuevo, pero poco nos importaba. No teníamos mucho que ver en aquella ciudad, solamente a Yusuke y ya estábamos con  él. 

Reencuentro con Yusuke en la estación de Fukuoka

ANTES DEL REENCUENTRO
Una vez llegamos a Fukuoka con las maletas, mochilas y demás nos fuimos a buscar nuestro alojamiento que relativamente estaba cerca de la estación. Una vez llegamos vimos que había bastante gente esperando en la recepción, cuando nos tocó nuestro turno, nos quedamos con cara de tontos, al ver que nos decía la posición de nuestro apartamento en un mapa. Nos explicó dónde estaba y la clave qué debíamos introducir al llegar. No entendíamos nada. Nosotros habíamos elegido ese alojamiento solamente por la cercanía y la comodidad de estar cerca de la estación, y ahora nos indicaban que estaba en la otra punta. Realmente no sé si en la otra punta o no, pero no estaba cerca, ni siquiera sin maletas podíamos llegar caminando. Una vez más, entre el desayuno tardío y con contratiempos y ahora esto, hacía que el reencuentro se retrasase más y más. No sabíamos cómo ir, otra vez cargados ir a la estación de tren, coger el metro y demás era demasiado, para un día lluvioso y lo perdidos que estábamos, así que optamos por lo más sencillo coger un taxi.

En un momento nos dejó cerca de unos cuantos edificios altos. Uno de ellos era nuestro apartamento de una noche. Había una portería con doble puerta, la principal se abría sin problema, pero una vez dentro había unos buzones, abrimos el nuestro, encontramos nuestra clave, y por mucho que Carlos la introducía no había manera de que la puerta se abriese. Estábamos perdidos, en una puerta sin que se abriese, sin recepción, sin nadie a quien preguntar, sin teléfono adónde llamar y cargados con las maletas. Solamente íbamos hasta allí, para dejar nuestras maletas y no podíamos acceder. Finalmente después de intentarlo en varias ocasiones, alguien desde dentro nos abrió. Nunca supimos si era alguien que trabajaba allí, si era alguien alojado o quien era, pero nos salvó el día. Nos rescató de ese enredo. Le explicamos y nos dijo cómo se hacía, bien hecho, porque si no corríamos el riesgo de quedarnos más tarde una vez más atrapados. 
Subimos a nuestro apartamento y era amplio como ninguno en los que habíamos estado. Con una cama grande, con cocina, con baño, con un balcón grande – en el que cada dos por tres se podía escuchar el Shinkansen pasando a toda velocidad-.  
Vistas desde el apartamento de las vías del Shinkansen


No quisimos demorarnos más, y después de dejar nuestros bártulos y enganchar nuestro móvil al wifi, que iba y venía, vimos que teníamos una parada de metro relativamente cerca y podríamos llegar a la estación de tren, donde habíamos quedado con Yusuke.  Eso sí, antes de irme cargada como una mula, descargué todo el contenido de mi bolso, porque no hacía falta ir con tanto, mi espalda me lo agradecería.  
De camino a la estación de metro, en un parque vimos una exhibición de niños bailando con música oriental. Nos hizo gracia y nos paramos a contemplarles, aunque más bien tampoco era nada del otro mundo, pero ya se sabe que cuando vas de turista cualquier cosa te sorprende. De hecho hasta Carlos como si de uno de los padres se tratase se puso a grabar una actuación. Después proseguimos y en el metro, el cual podíamos viajar sin necesidad de sacar billete, ya que una vez más amortizaríamos el JRP llegamos hasta la estación principal.

SHABU-SHABU
Platos, ollas y comida en la mesa. Preparados para Shabu Shabu
Después de nuestro reencuentro en la estación con Yusuke, nos dimos cuenta que deberíamos haber quedado en su ciudad y no haberle hecho trasladar hasta Fukuoka, pero él en ningún momento nos dijo nada, así que pensábamos que estaba muy cerca. Sin embargo, había tenido que coger un tren de una hora o así y nos supo muy mal, que se gastase dinero para venir a vernos. Y, además, que nos trajese un detalle. Él decía que daba igual, que era domingo y lo importante era volver a vernos. Así que, como no era su ciudad, y, aunque había estado en alguna ocasión no sabía dónde llevarnos. Era la hora de comer y empezamos a buscar adónde ir, pero sin movernos de la estación. Dentro de ésta era como un centro comercial y en la parte de arriba estaba repleta de restaurantes. Nos fue diciendo que tal sitio era coreano, otro italiano, y nosotros lo que buscábamos era algo típico japonés. Así que pensó en un restaurante, que según decía él, era el mejor y era comida típica japonesa. Así que le hicimos caso y pedimos para comer allí, teníamos que esperar en una sillas que había fuera. Sin embargo, entre que estábamos de charla y demás no ese nos hizo muy larga la espera. Una vez dentro, agradecí que Yusuke no quisiera comer en un tatami, ya que, por muy típico que sea, en una mesa estaríamos más cómodos sentados en nuestras sillas. Enseguida Yusuke nos dijo que teníamos que hacer, y me cogió y me llevó a un sitio, en el que había comida dentro de la nevera, con un plato te ponías lo que querías. Él me iba diciendo lo que había: champiñones, verdura, arroz... pensé que era para hacerme una ensalada, ya que no nos había explicado mucho de qué se trataba.
En la mesa vino una camarera y nos trajo unas salsas, una blanca y otra oscura. En medio de la mesa teníamos una olla bastante grande. Más tarde nos trajeron trocitos finos de carne cruda. Y, entonces como pudo Yusuke nos contó de qué se trataba: comeríamos un Shabu-Shabu. Los champiñones que yo había cogido no estaban cocinados, era para prepararlos en una de las ollas que teníamos en medio de la mesa. Además también podías bañar la comida en un bol con salsas, había una de color blanco y otra de color negro. Una era más sabrosa que otra, una como más dulce y otra más avinagrada, pero cualquiera de las dos contribuían a que todo recién hecho, estuviera aún más suculento. La verdad es que nos pareció muy original y todo estaba exquisito. Comimos como gordos, ya que podías repetir las veces que quisieras. Nos levantamos en varias ocasiones, para repetir de acompañamiento: cebolla, setas, tomates, arroz, etc. Y, de carne, cada vez que veía que nos quedaba poco, Yusuke decía unas palabras en japonés y enseguida nos traían más. Terminamos muy contentos con esa experiencia gastronómica, pero muy gordos. Incluso después, al finalizar podías levantarte a por el postre, y si querías podías repetir las veces que quisieras, pero nos habíamos quedado tan saciados que cogimos algún helado y ya nos quedamos de maravilla. Por el detalle que había tenido en quedar con nosotros y la ilusión que nos había hecho, quisimos invitarle, pero una vez más demostró ser un anfitrión y se nos adelantó. Se nota que estaba contento de nuestra visita y lo único que quería era que disfrutásemos. Él estaba preocupado por si no nos había gustado, le dijimos que sí, que mucho, y entonces se le iluminó una sonrisa y se dispuso a llevarnos a otro lugar. Se acordó que fumábamos y preguntó si queríamos ir a algún sitio después de comer, para saciar nuestro vicio. Dentro del mismo centro comercial había una zona para fumadores, una pecera de esas, e incluso él fumó con nosotros. 

CAFÉ: CHARLAS Y RISAS
Cuando salimos del centro comercial no sabíamos adónde ir. Ni él, ni nosotros conocíamos la ciudad, además que hacer turismo bajo el paraguas no era muy agradable. Así que caminamos un poco y se nos ocurrió ir a por un café, Carlos comentó que en Tokio habíamos descubierto una cafetería que estaba muy bien y que, además, se podía fumar. Así que buscamos por Internet la famosa cafetería: Chococro Saint Marc café, y resultó que era una cadena a nivel de todo Japón. Nos pusimos a buscarla, así nos entretuvimos, aunque creo que Yusuke no se fiaba de Google Maps, porque cada dos por tres preguntaba a alguien para ver si sabía de alguna cafetería. Sin embargo, finalmente siguiendo las indicaciones de Google Maps lo encontramos, estaba como en otro centro comercial, y nos pedimos un Capuccino cada uno. Vimos que había una sala tranquila, separada con una puerta corredera, en la que se podía fumar y de forma tranquila: sin molestar a nadie, sin olores fuertes y degustando nuestro café espumoso. Allí, más que durante la comida, sirvió para ponernos al día. Nos contó a qué se dedica qué hace, cómo es su vida y qué había pasado después de su etapa por Dublín. Nosotros también le contábamos qué hacíamos, cómo había sido volver después de un año en Irlanda. Y, aunque no estuviera, se acordó de preguntar por la peluda, Kenzie, ya que se acordaba de ella. También Carlos le contó el programa de televisión que habíamos estado haciendo Kenzie y yo, primero no lo entendía, hasta que Carlos con el wifi de la cafetería le enseñó un episodio y le hizo mucha gracia vernos. La verdad es que no sé cuánto rato estuvimos resguardados de la lluvia, pero daba igual, lo importante es que estábamos practicando inglés, pero sobre todo y lo más importante, estábamos poniéndonos al día con un viejo conocido.  

PASEOS Y ÚLTIMAS EXPERIENCIAS
Una vez salimos de la cafetería, no era plan de quedarnos todo el día sentados, ya había atardecido, estaba medio oscuro, es lo que tiene viajar en otoño, que oscurece antes. Vimos un poco de espectáculo que había en el centro comercial, estos japoneses cuando se ponen a organizar algo lo hacen a lo grande. Después, paseamos: Yusuke decía que querríamos para cenar, pero yo les dije que estaba muy llena. Carlos decía que le hacía gracia cenar en una de esas casetas que hay por la calle: yatai. Son puestos callejeros, en los que cocinan allí mismo, tienes la opción de quedarte, si hay sitio y comértelo en un taburete, o llevártelo. Así que empezamos nuestra búsqueda, porque mientras paseábamos habíamos visto bastantes. Antes de todo ello, pasamos a un supermercado, Yusuke quiso que probásemos una marca de tabaco japonesa, que la verdad no estaba nada mal. Después, escuché uno de esos semáforos acústicos y alegres de Japón y quise probar como era ir sin ir cogida, así que les dije que quería probar una cosa. Saqué el bastón y comprobé la comodidad de andar por esas calles. Aquellas aceras con raíles que tanto nos habían entorpecido nuestro andar con maletas, eran súper cómodas para ir con bastón, porque se notaba mucho el relieve con el bastón y te dejaba justo en el paso de cebra. Cuando llegué al bordillo,  crucé en más de una ocasión con el bastón al ritmo del sonido del semáforo en verde. Ya os contaré más sobre la accesibilidad en Japón en otra entrada. Sin embargo, era mi última noche en Japón y quería vivir la experiencia de caminar con el bastón blanco yo solita, sintiendo cómo era ir  por calles japonesas sin ir agarrada.

Después de caminar y hacer pausas, fuimos en serio en búsqueda de algún yatai que nos llamase la atención, ya que cada uno estaba especializado en algo, por ejemplo: había algunos en los que solamente podías pedir ramen, en otros fideos, y, realmente con todo lo que habíamos comido, y, por mucho que a Carlos le apeteciese una vez más ramen, preferimos optar por algo más ligero, pero degustando el sabor japonés. Además, realmente ni hubiéramos cenado, porque con el Shabu-Sahbu nos quedamos a tope, pero no queríamos despedirnos tan rápidamente. Encontramos un sitio, ya que estaban todos a tope, en el cupimos los tres apretujados en taburetes. En este sitio creo que también ofrecían ramen, por el olor y el calor de los fogones, pero Carlos se lo repensó y prefirió no castigar al estómago con exceso de comida. Así que dejamos que Yusuke eligiera por nosotros unos cuantos pinchos. Por supuesto, estaba mi preferido el yakitori (pincho de pollo y cebollino con una salsa deliciosa), después fuimos probando otros pinchos. Cuando los probábamos, que no nos lo decía hasta que lo habíamos comido, nos decía lo que era. Uno de ellos era culo de vaca y otro, el cual me encantó su textura, eran trocitos de lengua de vaca (muy sabroso y con una textura chiclosa). La verdad, es que nos entró mucha risa al saber qué habíamos comido. Todo esto amenizado con sake, con charlas y risas.  
Plato con Pinchos



LA DESPEDIDA
La despedida se aproximaba no solamente con Yusuke, sino que era nuestra última noche en Japón. Así que, antes de abandonar el país, y a riesgo de no encontrar ningún buzón en el aeropuerto, tuvimos que desprendernos de nuestro Pocket Wifi, habíamos cogido el sobre con el franqueo pagado, introducir el wifi pocke, que nos había acompañado por las andanzas japonesas y despedirnos. Ahora las  últimas horas estaríamos desconectados de Internet, aunque realmente ya lo estábamos porque no quedaban casi datos, casi todos gastados. A mí estas cosas de dejarlo ahí, sin dárselo a nadie me da un poco de mal rollo, pero al menos estaba Yusuke de testigo y, por si las moscas, también lo grabamos, no fuera a ser que después se perdiera, lo robasen o o cualquier cosa y nos acusaran de no haberlo devuelto a tiempo.

Sin wifi, con menos cargas, nos dirigimos a la estación: allí Yusuke tendría que coger el tren hasta su casa y nosotros el metro hasta nuestro moderno apartamento. Nos dio mucha pena despedirnos de Yusuke, porque habíamos pasado un día increíble, quedamos con que la próxima vez, y esperando que no pase tanto tiempo, tendría que venir él a vernos. Espero que pronto muy pronto podamos hacer nosotros de anfitriones con él por Barcelona. No fuimos nosotros quien le vimos marchar, sino que no se quedaba tranquilo hasta que nos acompañó hasta nuestra línea, no fuera a ser que nos perdiéramos. Así que se quedó ahí viendo como nos íbamos.

En el apartamento fue llegar y ponernos a dormir, aunque yo estaba algo nerviosa. Al día siguiente me desperté bien temprano, para recolocar todo en la maleta, aunque no habíamos sacado gran cosa, pero volvíamos a viajar, en esta ocasión volábamos. A mí me daba miedo que con tanta compra friki, el desorden de la maleta y demás pesase más de lo habitual. No teníamos manera de saber cuánto pesaba la maleta, porque normalmente no hay básculas así como así. Algún día me quiero comprar una báscula portátil para viajar, no sé dónde la ví y creo que puede resultar útil. Bien temprano, sin desayunar, cargados y nerviosos, nos pusimos a andar sin rumbo, simplemente esperando encontrar un taxi. Finalmente, Carlos pudo parar uno. Íbamos hacia el aeropuerto. No para volver a España, aún quedaba otra aventura más.  
Aquí os dejo con el vídeo que hemos  realizado (gracias a Carlos) sobre Fukuoka, nuestro último destino en Japón: 



ODISEA EN EL AEROPUERTO DE FUKUOKA
Llegamos con muchísimo tiempo al aeropuerto, pero era uno que no conocíamos y estábamos muy perdidos. Yo ya le decía a Carlos que ir con tantas horas de antelación era demasiado, pero así ya estábamos allí. Cada dos por tres íbamos preguntando en información, pero nos dijo que hasta tal hora no estaría abierto el mostrador para facturar. Lo peor es que ese aeropuerto era un poco caótico, porque fuera cual fuera la compañía y el destino, todo el mundo tenía que hacer la misma cola, como si antes de facturar tuvieras que pasar por un control de seguridad. El tiempo pasaba y los nervios se acrecentaban, finalmente pudimos ponernos en la cola, nosotros éramos los únicos occidentales. Nos sentíamos raros. Y, encima, casi nadie hablaba inglés o algún idioma que conociéramos. Cuando pasamos, teníamos que poner las maletas en un escáner. Pasamos y a la hora de ir a recoger nuestras maletas, a Carlos le dijeron que fuera. Abrieron la maleta delante de él, y lo que habían encontrado eran mecheros, resulta que, aunque no los lleves encima, no se puede viajar con mecheros. Encendedores que ni sabíamos que llevábamos, pero nos hizo dejar uno en la maleta y otros se los quedaron. Una vez sin mecheros y todo en regla, nos dimos cuenta que a las cremalleras les habían puesto unas etiquetas, como para que no se pudieran abrir. Nos dio pánico que estuvieran cerradas de esa manera.   Cuando llegamos al mostrador nos atendió una japonesa muy simpática, nos pidió el ticket, se lo enseñamos  y pesó las maletas. El miedo al exceso de peso se hizo patente, cuando colocó nuestras maletas en la báscula. Entonces nos dio la opción de ir a una zona para vaciarlas. Así que, a pesar de nos hubieran puesto esas pegatinas en las cremalleras nos dimos cuenta que se podía abrir sin problemas, y respiramos. No sabíamos que quitar. Pero exceso de equipaje no queríamos pagar. Carlos empezó a ponerse sudaderas, unas puestas, otras atadas en la cintura. Yo saqué alguna bolsa y puso calzado en bolsas de plástico, parecíamos unos pordioseros. Antes de volver al mostrador, tuvimos que pasar por el escáner, volvieron a poner esas extrañas etiquetas en las cremalleras. En el mostrador casi nos vuelven a hacer cola, a lo tonto con las horas que llevábamos allí y nos harían perder el vuelo…. Pero la chica que nos había atendido  antes y que era muy maja, nos vio y le dijo a alguien que pasásemos. Se lo agradecimos mucho. Volvió a pesar las maletas, sonrió y nos dio las tarjetas de embarque.  Pero, no había acabado la cosa, ahora faltaba pasar por el control de seguridad real, ese en el que tienes que vaciar los bolsillos, y poner todo en bandejitas. Mi mochila,  mi abrigo y demás iba en bandejas, igual que las cosas de Carlos. Mi sorpresa fue que pararon a Carlos, porque en su mochila habían encontrado algo sospechoso. ¿Qué era? Mecheros. Pero, antes de que mediera cuenta, otro guardia vino hacia a mí y me dijo que llevaba algo en la mochila, por supuesto mecheros. Me indigné mucho, porque en ningún aeropuerto había tenido problemas y pretendían dejarnos sin mecheros, como para haber comprado de souvenirs mecheros para todos nos hubiéramos quedado sin regalos. Finalmente nos dejaron uno para cada uno. Sin embargo, me sentí enfadada por: el trato y porque uno de los mecheros que se habían quedaron era un regalo. Si lo llego a saber le hubiéramos dado todos nuestros encendedores a Yusuke, antes de que se los hubieran quedado allí. Encima parecíamos criminales, como si con tanto mechero fuéramos incendiar el avión. Bueno, después de un mal rato, de mal trato, de ser criminales y mirados por todos, de diferentes cacheos, llegamos a la zona de embarque. Aún quedaba un rato, pero para nuestra sorpresa había una zona de fumadores y después de comprar agua y ver dónde tendríamos que coger el avión, entramos para fumar, aunque ahora no teníamos más que un mechero, necesitábamos saciar la ansiedad que habíamos cogido con el control de seguridad.

Carlos en el aeropuerto con un ventanal detrás

Ya estábamos a punto de volar. En esta ocasión nos tocaba ir a por la segunda aventura: de Japón a Corea del Sur. Abandonábamos un país amable, caótico pero con orden, en el que encuentras modernidad y tradición, y en el que a pesar de la climatología lo habíamos disfrutado mucho. No descartamos volver algún día al país del Sol Naciente, para ver lo que nos queda, para repetir según que sitios y para seguir disfrutando de Japón. Así que, aunque nos daba pena abandonar el país, aunque ya estábamos cansados por los días transcurridos, aún teníamos que guardar fuerzas, para seguir disfrutando de la aventura asiática. Nos fuimos con buen sabor de Japón, pero no era una despedida, porque estamos seguros de que volveremos.


VOLANDO A OTRO DESTINO
Japón se quedaba donde estaba, pero una parte de su cultura, de sus paisajes, de las anécdotas vividas, de su gente y de todos los recuerdos, se habían colado en nuestros bolsillos del alma. Una parte del encanto de lo vivido se venía con nosotros. Más tarde, con la siguiente aventura, sería imposible no hacer comparaciones. Aunque las comparaciones son odiosas, era imposible no hacerlas. El cansancio de los días vividos iba haciendo mella, sin embargo, aún nos quedaban unos cuantos días de vacaciones, que queríamos aprovechar al máximo. Además en Seúl contaríamos con una guía excepcional, quien tenía mil planes para nosotros. No teníamos que preocuparnos de nada. Así que ahora tocaba volar hacia otro destino. En menos de dos horas estaríamos en Seúl. 

Y, termino este post con una canción, que es el final de un Anime que a Carlos le gusta. Así sirve de despedida, aunque en realidad sea un: Hasta pronto! 



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